Yoandy Cabrera
Cuando escuché el título en inglés de la nueva producción de la Lyric Opera en Chicago, pensé en Marc Chagall y sus violinistas sobre los techos de una ciudad que es a la vez entrañable y nostálgica, tal y como lo es también el poblado ruso de Anatevka en el argumento del musical Fiddler on the Roof (“El violinista en el tejado”), creado en 1964 por Jerry Bock (a cargo de la música), Sheldon Harnick (a cargo de las letras) y Joseph Stein (libretista). La historia de la obra está ubicada en los inicios del siglo XX, la misma época en que Chagall pintó muchos de sus cuadros. El pintor, además, es de origen ruso y judío, las dos culturas principales representadas en la pieza, y colaboró frecuentemente con el Teatro Yiddish en Rusia. Mi sorpresa fue mayor cuando encontré este artículo en The Washington Post donde se da cuenta de algunas posibles conexiones entre el pintor y el origen del título del musical, así como de los enlaces con producciones posteriores. Pero creo que bastaría escuchar/leer el inicio de la obra para ya sentir la confluencia entre el imaginario del artista y el musical:
Un violinista en el tejado, suena loco ¿no?, pero aquí en nuestra pequeña villa de Anatevka, podríamos decir que todos somos cual violinista en el tejado, tratando de arrancar de nuestro instrumento melodías agradables, sin caer y rompernos el cuello. No es nada fácil. Ahora, ustedes se preguntarán… ¿Por qué quedarse allá arriba, si es tan complicado? ¿Nos quedamos porque Anatevka es nuestro hogar. ¿Y cómo mantenemos el equilibrio? Eso se los puedo decir en una palabra. ¡Tradición!
Si todo ello no fuera suficiente, basta tomar el programa de mano de esta producción magistralmente dirigida por Barrie Kosky y ver que la imagen de cubierta es precisamente el cuadro de Chagall de 1923-24. Kosky es, por cierto, el director original del montaje de La flauta mágica que la Ópera de Chicago presentó en la temporada pasada (2021-22). Volviendo a esta nueva producción, en la página seis del programa, además, se da cuenta de las confuencias con la cosmovisión chagalliana. Jerome Robbins (el director y coreógrafo del musical de Broadway de 1964) pidió, incluso, al pintor ruso-judío que les cediera diseños para la puesta, pero este no se mostró interesado y el diseño estuvo en manos de Boris Solomon, cuyas cortinas para la puesta tenían un claro parecido con el estilo de Chagall. Como Solomon afirma (según se cita en el programa), “definitivamente Chagall merodeaba por aquel entorno desde los orígenes de la pieza”.
Tanto el musical como la puesta de la Ópera de Chicago se relacionan con el mundo pictórico de Chagall, con sus personajes soñadores, con sus vestimentas desenfadadas y humildes. Pero el detalle que más me ha llamado la atención es que en esta entrega, al inicio de la obra, se nos presenta a un niño violinista en scooter, con jean y audífonos modernos paseándose de un lado al otro del escenario. Ese niño (interpretado por Drake Wunderlich), símbolo del violinista en el tejado a lo largo de toda la puesta, es un enlace explícito entre el público contemporáneo y esta versión. Es él quien abre la puerta del primer armario por el que sale no solo Tevye (interpretado por Steven Skybell), sino el elenco en su totalidad. Al chico lo veremos formar parte de muchos de los momentos de toda la historia. Observará la fiesta, las trifulcas, las danzas y los enfrentamientos. Es el espectador niño que rompe la cuarta pared, se baja de la carriola, se quita los audífonos y no solo presta atención sino que da, con su violín, la primera y la última nota de esta versión. Sin decir una sola palabra, este niño es el hilo conductor, una especie de Virgilio infante que nos presenta y adentra en el recorrido argumental, y nos regresa así al 1905.

Esta es una pieza que habla de la emigración, de los éxodos obligados, del amor y sus barreras sociales, de la búsqueda y defensa de un espacio al que llamar “hogar”, de las diferencias culturales así como generacionales. Es una obra que discute el concepto de “tradición” y lo pone en perspectiva. Una posible lectura de la historia presentada es la necesidad de la convivencia entre la ruptura y las tradiciones. Las tradiciones son necesarias hasta que se vuelven restrictivas y obsoletas, y entonces la ruptura tiene que ser una forma o vía de crear nuevas tradiciones, de abrirse al cambio sin olvidar el recorrido previo. Hay tradiciones que nos hacen libres y mejores, hay otras que oprimen y secuestran. Discernir entre una y otra sigue siendo un desafío hasta hoy.

La versión logra ensamblar plasticidad, coreografía, música y diseño de modo mágico y convincente. Esta es una de las puestas más hermosas que he visto en toda mi vida, en la que un enorme edificio de escaparates, closets, gaveteros y vitrinas forman un escenario giratorio, del que surgen voces y cuerpos que crean en su conjunto un sentido y sincero homenaje a la música y la cultura judías. De esas puertas de armarios salen todos los personajes de este musical. En ellos habitan, allí guardan sus pertenencias, sueños y desvelos. Este escenario se alterna con otro que tiene de fondo una imagen en blanco y negro con abedules. Las actuaciones, los movimientos y las ejecuciones musicales gozan de una espontaneidad contagiosa, así como de libertad y regocijo, a pesar de todas las penurias que se esconden detrás de cada chiste o de cada paso en la escena. El grupo de bailarines al mando de Silvano Marraffa es todo energía y logra fundir técnica con vivacidad y franqueza. Desde las figuras principales hasta los niños, todas las actuaciones me han parecido memorables. Destacan entre ellas, además de Tevye, Yente (interpretada por Joy Hermalyn) que comparte con este gran parte de la vis comica de la puesta, y La Abuela (interpretada por Melody Betts). Me pareció que cada actor aprovechó al máximo su personaje.

En una puesta en que el gris del diseño de vestuario (en manos de Klaus Bruns) es una continuidad de los colores apagados del diseño escénico (a cargo de Rufus Didwiszuz), el verde del jersey o suéter con capucha del niño es otra referencia al presente y (¿por qué no?) a la esperanza. Al final de la obra, el niño no toca la última nota. Justo en la penúltima se detiene y viene entonces el apagón de cierre. Ante un estado ruso que amenaza otra vez con la exclusión y la violencia, de esa suspensión en el aire, semejante a la de los personajes de Chagall, pende la esperanza de Tevye y también la nuestra hoy.
