Antonia Eiriz: en el ojo de la sibila (II)*

Janet Batet

V. La gruta de la sibila: Antonia desde los amigos

Antonia ha dejado una impronta profunda en todos los que la conocieron. Austera, mordaz, maternal, intuitiva, con un sentido del humor insuperable y una sagacidad impresionante.

Su hogar en el Juanelo, esa sencilla casa de madera pintada de azul y ubicada en Pasaje Segunda, entre Soto y Piedra, que era un refugio para amigos y vecinos, era también la gruta de la Sibila.

En ella nació Antonia. En ella vivió hasta su salida de Cuba en 1993. Para sus amigos era un oasis. Para Antonia, un santuario. Mientras Ñica –como era cariñosamente apodada por sus allegados– se entregaba a sus ensamblajes, los niños del barrio revoloteaban por doquier. No gustaba Antonia de las grandes reuniones, pero sí de las veladas íntimas, en las que escuchaba más de lo que hablaba, pero cuando lo hacía, tenía esa certeza profética y ese aplomo que da la tranquilidad del ojo visionario. Al respecto, Tomás Sánchez comenta:

Antonia en su humilde casa de Juanelo, sin dejar de ser una gran madre para su hijo y toda una ama de casa, era también la reina de algo más grande. Sin duda era una sibila y estaba llena de intuición. (Sánchez)

En el acogedor recinto, a media luz, eran comunes las lecturas de la mano, el tarot y el I-Ching, entre otros. Mientras se saboreaba una exquisita champola o una taza de té, sobrevenían conversaciones inteligentes, cargadas de humor y, sobre todo, de muy buena vibra. Así lo recuerda Umberto Peña:

En esos encuentros charlábamos de tópicos tan disímiles como arte, familia, escritores, religión, política, libros, vida sentimental, etc. Se consultaba el I Ching, jugábamos a tirar el Tarot o leer los libros de Linda Goodman y sus predicciones zodiacales, por supuesto que también leíamos otros libros y autores serios, antiguos y contemporáneos. Bebíamos champola de las guanábanas de su patio, hablábamos y discutíamos. El anochecer nos sorprendía y nos despedíamos como los niños se despiden según dice el poeta, hasta el domingo siguiente. Muchos amigos preferían llamarla Ñica y sus vecinos Ñiquita, pero para mí, Antonia era su nombre perfecto, por su sonoridad y fuerza. (Peña)

No era esta, mujer que buscara la lisonja, tampoco compasión. A pesar de arrastrar su pierna izquierda como consecuencia de la polio que contrajo a los dos años edad, Antonia, de entereza moral inquebrantable, con ese estoicismo admirable para con toda adversidad, se impuso siempre y a pesar de todo:

En los años sin pintar siguió enseñando en la ENA. Debía caminar como tres cuadras hasta la parada, coger la ruta 10, después la 32 y caminar como un kilómetro del paradero de la playa hasta la Escuela. Padecía dolores en las piernas y caderas. Creo que la dirección de la ENA vio con agrado su ausencia forzada. Ya a principios de los setenta, en una reunión de alumnos y profesores, se dijo que el transporte que traía a parte de los trabajadores pasaría a recoger a Antonia, pero hubo un aplauso y una ovación tan prolongados que pienso que sintieron temor. Unos días después alegaron que el transporte no tendría suficiente combustible como para desviarse hasta su casa. ¡El desvío era apenas de tres cuadras! (Sánchez)

Nunca perdió contacto con los amigos idos, manteniendo una intensa conversación epistolar con Guido, su maestro y mentor, que se extendió por más de treinta años, hasta la muerte de Antonia.

A su llegada a Miami en 1993, comenzó a trabajar sin descanso. La secundaron su familia y amigos, entre ellos Guido Llinás, Hugo Consuegra, Tomás Sánchez, Umberto Peña y Hernán García:

A los tres meses de estar en Miami Antonia volvió a ser la misma persona optimista y con sentido del humor que siempre fue. Y empezó a pintar. Con la ayuda de Tomás Sánchez encontramos una galería en Miami que montó una exposición: Antonia Eriz se expone, la cual fue un éxito. Luego, recibió la beca Guggenheim. (Anreus 14)

Tampoco la muerte fue una sorpresa. La sibila parecía presentir el momento y esperarla apacible. En una conversación telefónica con Hugo Consuegra a propósito de la exposición en la que se encontraba trabajando para el Museo de Fort Lauderdale, Antonia le dijo: “A lo mejor me hacen una exposición póstuma” (Consuegra 162).

Rememora Tomás Sánchez acerca de esos momentos últimos:

Ya en el hospital, antes de ser operada, le pidió a Susana [sobrina de Antonia] que yo consultara el Tarot. Salió la carta que representa la muerte pero que puede tener diversos significados en dependencia de las cartas vecinas. Yo lo interpreté positivamente, como una crisis pasajera. Susana le dio las cartas con sus posiciones y ella no estuvo de acuerdo conmigo. Afirmó que moriría. Nunca más consulté el Tarot. (Sánchez)

Para Umberto, su muerte es sólo el comienzo para la valoración de su obra:

En las fantasmagorías negras pintadas por Antonia descubrimos ese “coté” trágico del cubano, que lo hace burlón y que dista mucho del sabor del criollismo superficial, de los tópicos tradicionalistas, con que Cuba hoy es identificada y encasillada como pueblo y nación a nivel mundial.

Antonia se retrata en dos soberbios cuadros: la Anunciación y el Cristo saliendo de Juanelo, en cuyas obras vemos su carne y su espíritu al desnudo, cuadros que muestran la madurez y el alto grado de expresión alcanzado por su obra.

Pienso que la valoración y la importancia de su obra en el contexto del arte latinoamericano está aún por comenzar.

Hoy sus pinturas, sus ensamblajes, sus tintas, nos interrogan, nos desafían, mostrando a las nuevas generaciones de artistas cubanos que solamente el gran arte enaltece, libera y perdura. (Peña)

Tomás, por su parte, nos dice:

Nunca le noté la menor intención de querer ser recordada. Ella estaba segura de que había algo más grande e importante que todo lo que podía lograr un artista en su vida. Me gusta citar mucho una frase de Swami Vivekananda: “Aunque parezca paradójico, a menudo la vida interior se desarrolla mucho más efectivamente allí donde las condiciones externas son más entorpecedoras”. Creo que ese fue el caso. (Sánchez)

Manuel Gómez, su compañero inquebrantable, resume: “Ella tenía un corazón muy grande. Por eso se rompió” (Barciela).

VI. El postrero augurio de la sibila

Algunos de los últimos cuadros de Antonia han sido interpretados como la visión crítica de la artista hacia el ala también intransigente del exilio cubano. Tal es el caso de su cuadro Esta gente (1993), magistralmente analizado por Anreus en su ensayo The Road to Dystopia: The Paintings of Antonia Eiriz. Sin embargo, en Vereda tropical, del mismo año, coincido más con la visión premonitoria que observa Tomás Sánchez:

Alguno de esos cuadros, [Tomás se refiere aquí a los cuadros en los que trabajaba Antonia para su exposición en el Museo de Fort Lauderdale] sobre todo uno que tenía un sendero oscuro y otro que me dedicó que se titula Paisaje, una colina llena de cabezas cortadas, parecían presagios de su muerte. (Sánchez)

En la perspectiva concéntrica de Vereda tropical todos los puntos de fuga convergen al final del sendero. El lateral de la vereda, que ocupa las dos terceras partes del cuadro, está desbordado por lo que parece una fosa común de cabezas cercenadas. El cuadro es oscuro. Sólo al final se atisba la luz. En medio del cielo negro, como promesa,  asoma la aurora como en un augurio.

El cuadro, por las dimensiones y la perspectiva, parece que convida. Dos lecturas asoman. En las dos, este cuadro es compendio y resumen. En una perspectiva más personal, es el punto de vista de Antonia y la recapitulación de ese largo y tortuoso camino en medio de las tinieblas que ha sido su existencia: única opción a través de la cual se accede a la luz. En una perspectiva más general, es el retrato de una época y la profecía de lo que está por venir. Un retrato colectivo que compendia como ningún otro el devenir de la Cuba postrevolucionaria.

El título alude a un pegajoso bolero de los años cincuenta, cargado de idilio y nostalgia y que se popularizó en Cuba cuando Tito Gómez grabó su interpretación del mismo junto a la orquesta Riverside (es aquí que Anreus encuentra la conexión y crítica a esa corriente del exilio cubanoamericano atrapada en la nostalgia de la Cuba prerrevolucionaria). Las lecturas que introduce la alusión a este popular bolero son disimiles y sustenta también la noción de premonición y recuento que apuntábamos antes. Así se escucha en la canción: “Hoy solo me queda recordar / Mis ojos mueren de llorar / El alma muere de esperar”.

Hay otro elemento, dada la cita a la música cubana en el título de la obra, que inevitablemente asoma mientras miramos el cuadro: es la vereda y no el camino lo que se ofrece. Existe una popular canción cubana (De camino a vereda) que dice: “Óigame, compay, no dejes camino por coger la vereda.”

El camino, a diferencia de la vereda, es cómodo, de tránsito fácil. Sus vías, acceso y destinos están ya predeterminados. La vereda, por el contrario, es una ruta estrecha, alternativa, esa huella del paso que se construye a medida que se anda una y otra vez, hasta hacerse visible, latente.

Como parte del retrato colectivo, este cuadro es el homenaje a todos aquellos, intelectuales y gente común, que a lo largo de estos años mantuvieron pese a todo la honestidad e integridad de su vida y obra –si necesario, a través del silencio. Las cabezas tronchadas, resumidas a partir de los tres orificios suficientes que se identifican con los ojos y la boca, aglomeradas a lo largo de la vereda, nos hacen pensar en Elegguá, dueño de los caminos y el destino. Es este cuadro, a mi juicio, está el cierre perfecto: la catarsis que purga y redime.

Consuegra advierte una diferencia fundamental entre la obra producida por Antonia hacia la década del sesenta y la producida durante los años noventa, ya en Miami:

Pero, si la pintura de Antonia en el año 1964 era un producto de su voluntad, un acto de libre albedrío, ahora en esta pintura de 1993 existen voces que se expresan usando a Antonia como médium. Cosas que han pasado y cosas que están por suceder. Antonia se ha convertido en la Sibila de Cuba. Ha de expresar este destino por arriba de todo límite personal. (Consuegra 160)

Una última referencia ineludible asoma mientras nos adentramos en la vereda de Antonia, desde donde resuena como eco magnífico la voz grave y apacible del gordo de Trocadero[1] y su poema capital Una oscura pradera me convida:[2]

Sin sentir que me llaman

penetro en la pradera despacioso,

ufano en nuevo laberinto derretido.

Allí se ven, ilustres restos,

cien cabezas, cornetas, mil funciones

abren su cielo, su girasol callando.

Extraña la sorpresa en este cielo,

donde sin querer vuelven pisadas

y suenan las voces en su centro henchido. (Lezama Lima 41-42)

La suerte está echada. El sendero convida. Al final, en el horizonte, nos espera ese regreso certero: las cartas todas sobre la mesa y el reencuentro con la sibila.

Notas:

* Segunda parte de la versión revisada del ensayo original publicado en el catálogo homónimo de la exposición Antonia Eiriz: A Painter and Her Audience. (Antonia Eiriz: una pintora y su audiencia). MDC Museum of Art + Design.  Miami, septiembre-noviembre, 2013. Para leer la primera parte, pude ir a Antonia Eiriz: en el ojo de la sibila (I).

[1] Por el cariñoso epíteto “el Gordo de Trocadero”, se conoce al gran poeta y ensayista cubano José Lezama Lima.

[2] Sin lugar a dudas, una de las claves fundamentales para la comprensión cabal de la obra de Antonia Eiriz está en el análisis comparado de su propuesta con el de la literatura cubana de la época y con cuyos autores Antonia mantuvo estrechos vínculos profesionales y de amistad, además de una comunión de ideales y principios frente al acto creativo.

Obras citadas:

– Anreus, Alejandro. “The Road to Dystopia: The Paintings of Antonia Eiriz”. Art Journal. 63:3, pp. 4-17, 2004.

– Barciela, Susana.”Antonia Eiriz”. Antonia Eirizhttp://www.aeiriz.com/html/sobre_la_artista.html

– Consuegra, Hugo. Elapso Tempore. Ediciones Universal, 2001.

– Lezama Lima, José. Muerte de Narciso. Antología Poética. Ediciones Era, 1988.

– Peña, Umberto. Antonia, una artista de su tiempo. Inédito. Miami, Noviembre, 2007.

– Sánchez, Tomás. Entrevista personal. Agosto, 2013. Inédita.

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