Yoandy Cabrera
Yo mismo —debo confesar— crecí con la idea de que una muchacha fumando no era muy agradable a la vista. Fumar no era para ellas, pensaba cuando adolescente. Aunque mi madre solía fumar, por cierto, durante mi niñez. Tampoco hablar alto y ser demasiado expresiva era bien visto en una chica. Desde niño, antes de conocer las imágenes de Botticelli o Rafael, esperaba eso de la mujer ideal: una mirada lánguida, de perfil, con una piel blanca, de porcelana casi, sin pronunciar palabra alguna. Antes de leer a Neruda, e incluso después de leerlo en mi adolescencia, hacía mías aquellas palabras: “me gustas cuando callas / porque estás como ausente”. Sin caer en fundamentalismos ni extremos, debo decir que leer y descubrir las contrapartidas en mujeres de todos los tiempos (como el “hombres necios que acusáis” de Sor Juana Inés de la Cruz, o aquello de “tú me quieres blanca” de Alfonsina Storni, o a Juana de Ibarbourou con “Caronte, yo seré un escándalo en tu barca”) me hizo reaccionar en mi primera juventud.

Claro que me siguen cautivando los rostros de Botticelli y Rafael y no quiero cancelar el poema de Neruda, que también expresa un sentimiento. No hay que cancelar ningún texto. Es bueno recordar que el propio autor chileno cierra su poema diciendo: “una palabra entonces, una sonrisa bastan. / Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.” Su poema es mucho más rico y complejo de lo que pudiera parecer si solo nos detenemos en el primer verso. De hecho, Neruda no está mandando a callar a nadie. El error estaría en pensar que ellas tienen que gustar solo cuando callan. Hoy me atraen tanto el perfil de un Antínoo en la calma soledad de un museo como el de una virgen renacentista. Pero es bueno saber que hay otras perspectivas, otros matices, otras voces, otras estéticas. Es bueno saber que ellas responden y que no callan y que no están ausentes y que vociferan si es necesario para que se les respete su lugar. Por todo ello, el personaje de Carmen de Georges Bizet sigue siendo hasta hoy un desafío ante una serie de paradigmas patriarcales heredados. Verla fumando en escena, representada por una mulata en la puesta de la Ópera de Chicago, espontánea y bocona, provocadora y vivaracha, es otra reacción frontal y desafiante ante un mundo que hasta hoy sigue queriendo controlar a las mujeres. Esa tendencia al acoso por parte de los hombres es presentada en la pieza de Bizet desde el inicio, cuando Micaëla (interpretada por la soprano sudafricana Golda Schultz, quien debuta en la Ópera de Chicago con este personaje) viene buscando a Don José (a cargo del tenor neoyorquino Charles Castronovo) de parte de su madre, y los soldados le caen en grupo con insinuaciones sexuales hasta hacerla huir despavorida.

La ópera Carmen (1875), de Georges Bizet, es la historia de un feminicidio, de un caso de violencia de género cuyo desenlace es fatal. En un informe realizado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y publicado en 2022 sobre los asesinatos de mujeres y niñas por parte de su pareja u otros miembros de la familia, se registra que “alrededor de 47,000 mujeres y niñas de todo el mundo fueron asesinadas por su pareja u otros miembros de la familia en 2020. Esto significa que, en promedio, una mujer o niña es asesinada por alguien de su propia familia cada 11 minutos.” Como muchas mujeres en la sociedad del siglo XXI, Carmen muere a manos de su ex pareja. En el mundo de hoy, Carmen es asesinada cada 11 minutos.
La obra de Bizet volvió a la Ópera de Chicago el 11 de marzo de 2023 bajo la dirección de Marie Lambert-Le Bihan (quien profesionalmente es, además, diseñadora de luces). Carmen fue representada por primera vez en el Teatro Nacional de la Ópera Cómica de París, el 3 de marzo de 1875. Y el estreno en la Ópera de Chicago tuvo lugar el 16 de noviembre de 1954. El libreto estuvo a cargo de Henri Meilhac y Ludovic Halévy (este último, sobrino del compositor Fromental Halévy, quien había sido maestro de Bizet). La obra está basada en la novela homónima de Prosper Mérimée, publicada en 1845. Se trata de una de las piezas operísticas más representadas y famosas de la historia del género. Se le ha llegado a considerar una “ópera perfecta”. Para Martha C. Nussbaum, Profesora de Derecho y Ética de la Universidad de Chicago, este juicio parece justificado pues, según sus propias palabras en el programa de mano:
The work has everything: daring, melodically and harmonically complex music, with superb orchestration and intricate ensembles; local color and a vivid sense of place and time; and, perhaps above all, compelling characters who have fascinated audiences for many decades—ever since its disastrous first night, when it was denounced on all sides for immorality.
En el programa de mano, Martha C. Nussbaum se refiere a cómo Carmen insiste en la libertad de forma continua y transgresora, y considera también que su insistencia en la libertad se vuelve cada vez más amenazante. La profesora, además, plantea que Carmen, luego de terminar con Don José, pasa a una relación más superficial y ligera con el torero (Escamillo, en manos del barítono ucraniano Andrei Kymach) para evitar las profundas implicaciones y sufrimientos de una pasión más intensa. Según su punto de vista, la pregunta principal —al cierre de la ópera— es por qué Carmen decide quedarse sola y enfrentar a Don José, a quien ya no ama, en lugar de irse a disfrutar de la corrida con su nuevo amante. Para Nussbaum, la respuesta está en la añoranza de Carmen por una verdadera pasión. Caracteriza al personaje como “fatalista” y ve como posible que su deseo por una pasión, por ser dependiente y vulnerable sea lo que la lleve a poner en peligro su libertad.

A este respecto, no debe descartarse que las amigas avisan a Carmen para que tenga cuidado, para que, incluso, huya, se vaya y evite encontrarse con José, quien anda entre la multitud y a quien consideran una amenaza para ella. Las mujeres reconocen el peligro en José. Saben cómo actúa el soldado cuando pierde los estribos. Lo han visto, más de una vez, en su estado agresivo e impulsivo. No es, entonces, las ansias por una pasión más profunda lo que hace a Carmen enfrentarlo. Es el carácter temerario de esta, su arrojo y su naturaleza desafiante, esa misma que vimos antes cuando se entra a golpe limpio con otra mujer en medio de la escena. No quiere huir, porque su espíritu libre se lo impide. Carmen es frontal de principio a fin. Ha sido ella misma víctima de la violencia del soldado José, este ha desafiado a su propio jefe, y ha estado a punto de tener un enfrentamiento fatal con el torero a causa de sus celos enfermizos. Todo ello evidencia las razones de Carmen para saber que, tarde o temprano, José se atravesará en medio del camino y le será un obstáculo insalvable. Ella lo conoce, tanto en el amor como en la furia. Ha experimentado ambos estados en su propio cuerpo. Me parece completamente verosímil imaginar a Carmen preguntándonos: “¿Y por qué tendría yo que huir? ¿Por qué tengo que ser yo la que ceda y abandone y me esconda y me anule cuando solo he defendido mi derecho a elegir con libertad?” Quizá el torero no sea el gran amor de su vida, pero Carmen ya sabe que Don José no lo es. Ella es joven y quiere pasarla bien, así de simple. No quiere estar al lado de un tipo al que amó, pero que la decepcionó justamente por sus abusos y su control obsesivo. Sabe que su ex amante es un peligro real, y decide enfrentarlo, algo coherente con la caracterización del personaje a lo largo de toda la ópera. Carmen quiere toda la libertad. Y si no puede tenerla toda, prefiere entonces la libertad de la muerte.

El de José es uno de esos amores enfermizos (que se da tanto en hombres como en mujeres), controlador y posesivo hasta terminar destruyendo al sujeto amado. Un amor que encierra un egoísmo patológico. Su frustración es comprensible ya que pone en riesgo su posición en el ejército al dejar escapar a Carmen, luego de haber sido detenida. José termina desertando del ejército y uniéndose a la causa de los gitanos revolucionarios para estar cerca de Carmen. Pero también por sus celos se enfrenta al superior cuando este se le insinúa a Carmen. José toma una serie de decisiones de las que no se hace responsable.
Absolutamente nada, ni el desamor, ni los celos, ni el orgullo, ni la hombría, ni el honor, ni el despecho, ni la impotencia, ni el desengaño, ni la rivalidad, ni la decepción justifican que alguien acabe con la vida de otra persona. Cualquier idea o paso hacia la desigualdad y el control de las mujeres por ser mujeres nos hace peores como ciudadanos y como seres humanos. Nos hace una peor sociedad. La ley está o debiera estar para defender los derechos de todos. El límite se ubicaría siempre en el momento en que nuestras acciones atentan contra el derecho de existir del otro. Aunque esto, ya sabemos, es complejo y manipulable a veces hasta el absurdo.
Al ver la puesta de Carmen en la Ópera de Chicago tuve la sensación de estar ante un personaje que poseía, desde el principio, cierta claridad de que su fin sería terrible en una sociedad como la suya y, lamentablemente para muchas hoy, también como la nuestra. Parece inferirlo y su reacción es el desafío, la defensa de su derecho a amar y dejar de amar y de abrazar la libertad, aunque ello implique la muerte. Si el precio de su libertad es morir, Carmen está dispuesta a pagarlo. Y lo defiende no solo como miembro de la comunidad gitana en medio de una guerra, sino sobre todo como individuo, como mujer, como ser humano. ¿Y no debiera ser la defensa de la libertad (con sus responsabilidades sí, pero sin amenazas machistas y violentas) a lo que debiéramos aspirar todos sin que ello nos cueste la vida?

Carmen es una ópera en que la música es disfrutable y trascendente de principio a fin. Sorprende cuántas de sus melodías forman parte ya de nuestra banda sonora diaria. La orquesta, bajo la fabulosa dirección de Henrik Nánási, ejecutó una interpretación conmovedora. Nánási condujo la orquesta en Madama Butterfly (durante la temporada 2019-20) en la Ópera de Chicago, una ejecución que también destacó por su vivacidad y lirismo. Junto a la orquesta, las partes corales de esta pieza contribuyen enormemente a la belleza armónica del conjunto. La propuesta de la Ópera de Chicago, con un diseño escenográfico a cargo de Robin Don que es a la vez práctico y dinámico (teniendo en cuenta los cambios de locación continuos de la obra), funde melodía, imagen y acción en un conjunto que difícilmente deje indiferente a algún espectador.
La sólida voz de la mesosoprano americana J’Nai Bridges (Carmen) se encauza con coherencia a la caracterización del personaje por su timbre rotundo y su tendencia a la gravedad, lo cual le da, desde las primeras notas, un tinte oscuro y profético a su interpretación. Las mayores ovaciones y aplausos del público los recibieron Golda Schultz (Micaëla), J’Nai Bridges (Carmen) y Charles Castronovo (Don José), tanto al terminar sus arias principales como al final de la ópera. Debo decir que, desde 2019 que visito la Ópera de Chicago, nunca había visto al público tan conmovido y expresivo, lo cual incluye continuos gritos de “bravo” y “brava”.
La muerte de Carmen a manos de José no deja de ser sorprendente por muy anunciada que esta sea. Como la ópera en cuestión, también la vida y la sociedad que hemos construido están llenas de belleza, contradicciones, intentos, fracasos y desafíos. Mientras se escucha a la multitud ovacionar al torero que acaba de vencer en su corrida, José acomete su propia cacería contra la mujer que dice amar. A la felicidad del público se opone la puñalada a Carmen. ¿A dónde miramos mientras estos abusos tienen lugar? Esa es también una pregunta que surge frecuentemente al ver la continua inacción del coro ante los actos violentos. ¿A dónde miramos mientras, cada 11 minutos, matan a Carmen en algún punto del planeta?

Notas:
Las imágenes utilizadas en este artículo son cortesía de la Ópera de Chicago.
(Carmen, de Georges Bizet, se presentará en la Ópera de Chicago hasta el 7 de abril de 2023)