Dejar la isla: Armando de Armas (segunda parte)

16 DE ABRIL DE 1994

El barco huele a vómitos, la gente se ha vomitado unos encima de otros y nadie parece darle la menor importancia. Hay una sensación de triunfo. Sin embargo, a las 5 a.m., un helicóptero ronda insistentemente sobre Cayo Bretón, a unas 7 millas de donde navegamos ahora, lo barre minuciosamente con un potente reflector, con la intención, manifiesta en el empeño iluminista, de mandarnos de paseo al fondo del Golfo; pues seguramente suponen que rondamos por el lugar.  Rubencito estaba en lo cierto. 

Produce un placer morboso esto de ver cómo el enemigo se afana infructuosamente en matarte, sobre todo cuando estás lo suficientemente lejos del alcance de su furia, cuando crees que ya has ganado la partida; cuando compruebas que también es falible.

Amanece, buen tiempo. 

Muchos están liquidados por los vómitos, victoria entre vómitos, entre ellos Miriala. Mimí ha vomitado, pero se mantiene en pie. El capitán asegura jubiloso que a las 11 a.m. estaremos frente a la isla de Caimán Brac, el Gallego que a las 2 p.m. Hacen el dúo perfecto: El Gallego es la prudencia; Rubencito, el valor. Con ellos se puede ir al fin del mundo.

A las 11 a.m. no aparece ni el más mínimo indicio de Caimán Brac, media hora más tarde el capitán asegura que ve los mogotes de la isla, y discute con El Gallego que, menos entusiasta, asegura que es un simple espejismo. Resulta ser lo último. 

Pero a las 2 p.m. tampoco se observa Caimán Brac por ninguna parte. A las 4 de la tarde nos consideramos perdidos. Dar con la pequeñísima isla de Caimán Brac en el Golfo de México sin los instrumentos de navegación es como encontrar una aguja en un pajar; muy bien pudimos pasar de largo por su lado. 

Hay niños con síntomas de deshidratación. Doy un S.O.S. por la fonía del barco, con la esperanza de que algún mercante ande por la zona y venga en nuestra ayuda. 

Nadie contesta.

Cerca de las 6 comienzan a verse montones de sargazos que flotan junto al barco. A las 6, con un cielo plomizo de fondo, sobrevuelan el barco bandadas de gaviotas. Alguien dice que a esa hora las gaviotas sólo pueden ir en un rumbo: el de la tierra; la pregunta es: ¿qué tierra?, y la respuesta: cualquier tierra, siempre que no sea Cuba. Parece cosa de cuento de hadas eso de un barco de fugitivos guiado por bandadas de gaviotas; siempre recordaré esas aves con gratitud. Siempre soñé con tatuarme un águila en mi espalda pero ahora pienso que además debo tatuarme una gaviota en el pecho, protección y guía. Por supuesto, como el tatuaje se impuso después —o lo impusieron— como moda, me he propuesto por tanto no cumplirme ese sueño. Ambas aves anidarán en mi alma, pues…

A las 8 p.m. divisamos la luz del faro de Caimán Brac. 

No hay manera posible de describir la alegría que se apodera de todos; gritos de victoria, nos abrazamos y besamos y felicitamos, y sobre todo felicitamos al Gallego y a Rubencito por la serenidad, la valentía y la pericia como capitanes conductores a través del peligro y la incertidumbre.

La gente habla con nerviosismo de niños que de pronto descubren han logrado hacer algo importante, se palmean y se agolpan sobre la borda de cubierta que da hacia donde el faro lanza al cielo que oscurece sus destellos salvadores. 

Doy gracias a Dios, beso una estampa de la Virgen del Cobre y una estatuilla plástica del viejo Lázaro que traigo en una gastada cartera negra tipo comando, y extraigo ceremoniosamente un oscuro coco seco, representación de Olokum, el terrible, el inescrutable, el andrógino, el de las profundidades marinas, uno de los caminos o avatares de Yemayá[3]; y me remonto dos años atrás, en casa de Rafaelito, mi padrino en el ocultismo afrocubano, que tira los caracoles y sus muertos hablan de que cruzaré la mar con suerte, de la mano de Olokum, y me entrega este coco con incomprensibles (para mí) símbolos pintados en azul añil, y me dice le pida cada día al acostarme y al levantarme, que lo lleve conmigo el día que escape, y que lo lance al mar cuando esté fuera de peligro y se vea la extranjera tierra. 

Hago la señal de la cruz con el coco en la mano derecha y lo lanzo suavemente (todavía tengo el brazo lastimado) por sobre las cabezas aglomeradas junto a la borda, observo que da sobre la punta de una ola, se sumerge y emerge, y se aleja velozmente en la corriente; como si mi antigua vida quedara atrás, cada vez más atrás.

Mimí está a mi lado, se aprieta contra mi cuerpo, me besa en la boca y susurra: ¡lo logramos, lo logramos…!  Zúñiga se abre paso entre la gente y nos abraza a los dos, los tres hemos estado muy cerca en los últimos y duros tiempos. Zúñiga y yo nos hemos jugado la vida en desesperados intentos de fuga que han devenido rotundos fracasos, complots en parafernalia de tipos ranqueados y, paradojalmente, viene a ser Mimí con su aire entre arcangélico y distraído la que nos proporciona la vía para escapar con éxito.

A medida que avanza el barco va paulatinamente anocheciendo y comienza a verse un resplandor de luces multicolores que titilan en el horizonte, es la ciudad de Caimán Brac; mágica y primera visión del mundo libre, frase que pudiera parecer retórica, pero no para quien acaba de dejar en estampida un mundo plagado de consignas de odio y horripilante vulgaridad, de delaciones y redadas, de miseria y malquerencia, de cárceles y fusilamientos. 

Cuando pequeño, solía pararme junto al mar, ver los barcos partir, y preguntarme cómo serían los otros países, cómo viviría la gente en esos otros países, y vehementemente soñar que un día yo remontaría el mar, me perdería en el horizonte, a bordo de uno de esos barcos que por lo general eran grises cargueros soviéticos atestados de azúcar.

Soñaba con que llegaba a una pequeña isla en medio del océano. La isla batida por grandes oleajes de plata quemada.

DE BALSEROS A MOJADOS

El Gallego y Rubencito deciden que no intentemos desembarcar, pues podrían haber bajos y arrecifes que nos hagan encallar, y anclamos cerca del litoral para dormir y esperar el amanecer. Miro con curiosidad hacia la isla: carteles lumínicos que danzan, relampaguean, se apagan y se encienden; faros de carros veloces en una avenida circular; una humilde casa junto a la costa con una ventana abierta y una luz amarillenta que se proyecta sobre un negro, tal vez un pescador, que arma su mosquitero y se dispone a dormir. Me acuesto junto a Mimí, todos duermen ya apretujados sobre el piso de cubierta; estoy extremadamente cansado. Imágenes inconexas. Me abrazo con ternura a la espalda de ella e intento conciliar el sueño por primera vez desde que partimos, es un sueño pesado, negro como las profundidades marinas y en la expectativa ansiosa, casi infantil, de las experiencias nuevas que augura el próximo día.

Cuando amanece, turistas y pobladores se aglomeran y nos observan desde la costa, y por señas indican un muelle donde podemos atracar. Personas vestidas en una amalgama de vivos colores, verdes, violetas, azules, rojos; me sorprende la fuerza del color. En Cuba todo es desteñido, sucio, como si el color fuera un sabotaje; si alguien me pide describir el comunismo con una palabra, diría, gris.  Luego entonces, para mí la libertad está ligada al color, a la amalgama de colores; a la belleza en suma. Vienen las autoridades, nos dejan bajar al muelle, pero no ir más allá. Camino por el muelle y tengo la sensación de que la tierra se mueve, tiembla vertiginosamente como las olas del mar. Tengo una sorprendente visión del barco: es la misma que aparece en un sueño recurrente de los últimos tiempos, el mismo barco, el mismo mar de fondo, un mar azul intenso, un azul de celuloide… Llevan los niños con síntomas de deshidratación y algunas mujeres, entre ellas, Miriala, hacia un hospital. Decimos que somos fugitivos de Castro. 

Nos abastecen de alimentos y de petróleo. Muchos prueban la Coca Cola por primera vez en sus vidas.  Nos indican el rumbo a Caimán Grande, sede del Gobierno británico en las islas.

A las 3 p.m. del sábado 17 de abril partimos rumbo a Caimán Grande. El domingo 18 en la mañana pasamos junto al litoral de Caimán Chico. En la costa yates como inconmensurables pájaros blancos, hombres y mujeres desnudos y dorados entre la arena y las olas que rompen en un aluvión de plata; una imagen que en Cuba nunca concebí más allá del cine. El ambiente a bordo es alegre, casi turístico.  Arribamos a Caimán Grande el lunes 19. Nos recibe el gobernador de las islas, todo un gentleman, y su señora esposa; ambos son jóvenes y nos dan cordialmente la bienvenida en nombre de sus majestades inglesas. El gobernador dice que seremos debidamente avituallados y podremos continuar rumbo ese día. Un oficial de guardacostas nos guía hacia una oculta bahía; asegura que ha llegado a la isla una comitiva del gobierno cubano, que ha venido precisamente a gestionar la devolución de todo cubano que recale en las islas. Desconozco si esto tiene que ver con nuestra espectacular fuga o es pura coincidencia.

El mismo lunes 19 de abril a las 8 de la noche, después de llenar todos los tanques de petróleo y cargar con suficientes víveres, partimos de Caimán Grande bajo una amenaza de ciclón. Manuel y un grupo no quieren arriesgarse y exigen posponer la salida. Controversia. Rubencito y otro grupo (entre los que estamos Gallego, Zúñiga y yo) prefieren correr cualquier riesgo a provocar un conflicto entre Cuba y las Caimán, donde además los perdedores seremos nosotros. 

Rubencito define rápido la situación: “¡los que quieran quedarse, que se queden!”  

La radio sigue anunciando tormenta, aunque navegamos toda la noche en paz; nubes cargadas pasan raudas por el horizonte, pero ni siquiera caen gotas. El 20 de abril amanece radiante y somos escoltados por parejas de juguetones delfines, espectáculo fascinante contra el escenario azul-oscuro del imponente y a veces terrible Golfo de México.  Dicen que los delfines son mensajeros de la buena fortuna. El objetivo es llegar hasta Isla Mujeres en México, abastecernos, y seguir rumbo a Cayo Hueso, al sur de Miami; en lo que constituiría casi un bojeo a la isla de Cuba, alejándonos lo más posible de sus costas; sobre todo, cuando estemos en el estrecho de Yucatán debemos cuidarnos mucho de no pasar cerca del Cabo de San Antonio, la punta más occidental de Cuba.

Dormimos apretujados sobre la cubierta de ferrocemento, a veces barrida de un extremo a otro por la marejada. Zúñiga, Mimí y yo hemos reservado un reducido espacio en la proa, junto a nosotros se echa el perro Libre (nunca perro tuvo nombre más apropiado), perteneciente al Capitán, y en sus sueños patea, gruñe y lanza hediondos pedos. 

El Gallego y Rubencito se alternan al timón, pero una noche Rubencito se queda dormido y el barco sin control casi se va proa abajo al centro de una ola como una montaña.

De las 96 personas que viajamos en el barco, 22 son niños, el menor de los cuales es una niña de tres meses de nacida. Va al menos una joven mujer embarazada, pareja de Greicy, el hijo mayor del capitán —Greicy tienen unos 17 años y ha jugado un papel clave en el avituallamiento de la expedición— y el resto, adultos entre los que predominan hombres jóvenes recién salidos de las cárceles o prófugos de las mismas; en su mayoría acusados por delitos de propaganda enemiga (expresarse pública o privadamente contra el gobierno), desacato a la figura del Comandante en Jefe (desde burlarse de Castro hasta mentarle la madre), evadir el Servicio Militar Obligatorio e intentos de salida ilegal.

Acá viene uno que cumplió 15 años de cárcel por planear llevarse un barco para escapar. Otro que lleva un pañuelo rojo amarrado a la cabeza y tiene hecha promesa a Shangó[4] de no quitárselo hasta que llegue a Miami; y viene el conductor del tren de Sancti Spíritus (el tren que pasó mientras estábamos escondidos en el monte cercano a Tunas) que al llegar a la terminal de ferrocarril se enteró del asunto del barco y partió corriendo con caja de caudales del pasaje y todo, y ahora va sobre la popa lanzando a los patriotas de 5, 10 y 20 pesos que se alejan vertiginosamente en la corriente; héroes que huyen no ya de la isla, sino de sus habitantes.

El jueves 21 de abril en la tarde divisamos las costas de México, y entonces me ocurre algo como una prueba del poder de lo inasible: en Cuba yo había estado haciendo meditaciones en las mañanas, los mediodías y las noches, visualizando así todo el recorrido de la embarcación por el sur de la isla y cómo esta subía, al doblar el Cabo de San Antonio, hasta llegar al mismo Cayo Hueso; pero ocurre que en la parte de la visualización en que vamos por el estrecho de Yucatán se interrumpía momentáneamente el recorrido, y en cambio aparecía como en un nítido tiro de cámara la imagen de un litoral con una llanura cubierta de un tipo de pequeños y parejos pinos, y tenía entonces que poner a funcionar la voluntad consciente para poder continuar visualizando el resto del recorrido hasta Cayo Hueso; después en estado completamente consciente me decía que esa escena indeseada que entraba imprevistamente en el circuito de la imaginación activada podría pertenecer a la costa mexicana, pero yo mismo me refutaba diciéndome que una visión de esa costa tendría que ser necesariamente montañosa, pues tenía la idea, sacada no sé de dónde, de la nación azteca como un territorio montañoso en su totalidad; y no salgo del asombro al comprobar que la imagen del litoral mexicano que se despliega ahora ante mis ojos es exactamente la misma que entraba involuntariamente a mi creación mental; quizás como un mensaje de que México jugaría un papel clave en esta historia.

Cuando llega la noche no continuamos navegando por temor a bancos de arena o arrecifes que podrían hacernos encallar y hasta zozobrar, por lo que anclamos para pasar la noche y continuar navegando al día siguiente hasta encontrar puerto o atracadero.

Al amanecer del viernes 22 de abril nos ponemos en marcha. Como a las 10 a.m. caemos en un banco de arena. El capitán acelera el barco a toda máquina hacia atrás y logra desencallarlo sin averías. Pasado el susto, continuamos la navegación y al mediodía vemos un pequeño poblado de pescadores que posee un muelle adecuado para atracar. 

Decidimos entrar para reabastecernos y continuar rumbo, como habíamos hecho en las Islas Caimán.

En el muelle hay varios hombres bebiendo cerveza, nos brindan bondadosos y algunos aceptamos con gusto después de días de obligada abstinencia etílica. Los nativos nos abren las puertas de sus humildes casas para que comamos (tortillas y frijolitos que a Mimí no le saben a nada, pero se los come porque tiene hambre) y nos bañemos. Gente pobre que tiene jabón y shampoo en sus baños, un verdadero lujo en Cuba. Cuando saben que hemos escapado de la tiranía de Castro y de la manera que lo hemos logrado, nos consideran héroes. Estamos en el estado mexicano de Quintana Roo, en Punta Allen, cerca de la frontera con Bélice, en la islita Manuel Rojo Gómez (siempre recordaré con gratitud la hospitalidad que nos brindaron los pobladores del lugar). Hemos recorrido unas 600 millas desde que salimos de Cuba sin los instrumentos mínimos para navegar en un barco sobrecargado. Tememos mucho, el gobierno mexicano nunca ha sido amigo de las víctimas de Castro. Hace sólo meses un barco con cubanos escapados naufragó frente a estas costas, iban 8 de Cienfuegos que murieron ahogados, entre ellos el capitán, un amigo mío conocido como El Negro; el resto que sobrevivió era de La Habana y fueron deportados a la fuerza en un avión. A las pocas horas, el gobierno cubano, por petición del gobierno mexicano, tuvo que devolverlos a Miami, debido a las fuertes protestas y presiones, incluyendo quema de la bandera mexicana por parte de exiliados cubanos en dicha ciudad.

A las 3 p.m. dos guardacostas de la armada mexicana nos bloquean la salida. Soldados fuertemente armados ocupan el muelle y acordonan el litoral. La consigna es no abandonar el barco bajo ningún concepto. Los militares piden por altavoces una embajada para dialogar. La gente acuerda a mano alzada que esté constituida por el capitán, El Gallego, Eddy, Manuel, El Gato y yo. Bajamos del barco en un silencio de muerte, caminamos por entre hileras de soldados con fusiles de asalto, el viento aúlla contra las palmeras. Una implacable cámara de video nos sigue en el recorrido hacia una caseta donde aguardan altos oficiales del gobierno mexicano, incluyendo el Almirante de la Armada de Quintana Roo. Las negociaciones, tensas. Ellos exigen que abandonemos el barco sin condiciones, tienen toda la arrogancia del poder. Nos declaramos en rebeldía. Estamos descalzos y sin camisa frente a estos tipos impecables en traje y corbata o en uniformes militares cubiertos de entorchados y condecoraciones.  Denuncio la complicidad de las administraciones mexicanas con el régimen comunista de Cuba. Eddy hace otro tanto. El Gallego, Rubencito, El Gato y Manuel van más a la cuestión concreta del barco. Discuto fuerte, casi violento, con un cubano exiliado en México y que hace las veces de mediador por su “imparcialidad” en contra nuestra.

Siempre había imaginado que un día llegaría a otro país del mundo, del mundo no comunista, y que iría vestido con mis mejores galas y heme aquí que he cumplido mi sueño pero, paradójicamente, como suele suceder en los sueños, estoy descalzo y sin camisa. Sólo he podido preservar mi pantalón color de gabardina azul. Mi Orient, que conservaba celosamente de mis tiempos de traficante de relojes ha desaparecido, creo que en el momento en que nuestro bote se hundió en el intento de llegar al barco. Me viene una imagen a la mente. Estoy en una esquina de Cienfuegos, una chica y su novio me han contactado porque quieren un reloj. Uso un juego de jeans y chaqueta estilo militar con muchos bolsillos y comienzo a sacar relojes de todos tipos como por arte de magia, como saca el mago palomas de su chistera, relojes por palomas, la esclavitud del tiempo versus la libertad del no tiempo. Yo, Cronos, vendedor del artilugio cronológico, crónico. La chica me mira entre asustada y admirada y en sus ojos agrandados vi la libido que despierta en algunas mujeres el peligro, el toparse de pronto con el peligro, con tipos que se mueven en el peligro, que sólo pueden ofrecer, ofrecerles, problemas… Un día me dice el interrogador de turno, “estás en problema, compadre, estás en problema”, y le contesto, “no, no estoy en problema, yo me llamo problema”. Puro alarde de la víctima ante el victimario… Yo, el dispensador de relojes, yo que odio contar el tiempo, que sobrevivo, me eternizo, desapareciendo de un pistoletazo el pasar del tiempo en el minutero. 

Aparatoso despliegue de helicópteros en vuelos rasantes sobre el barco. Entre las 3 p.m. y las 8 p.m. tenemos tres entrevistas con idénticos resultados negativos. Nosotros sólo queremos petróleo para continuar rumbo a Cayo Hueso en Florida, ellos sólo quieren que entreguemos la nave. Cada vez que partimos a conferenciar le digo a Mimí, a Zúñiga y Alicia que si nos toman como rehenes inicien protestas en el barco.

Esa noche, algunos duermen sobre las tablas del muelle, entre ellos Mimí y yo. Me pego a su espalda tibia y tengo una increíble erección… Peligro y placer.  ¡Qué extraña la vida!, ¿o mi vida?… Siento urgentes deseos de penetrarla, de traspasarla… Siento que la quiero; no soy San Francisco de Asís, pero la quiero; me contengo, cedo, si puedo controlar el paso del tiempo ¿cómo no voy a poder controlar una erección?; en tanto abajo golpean rítmicamente las olas.

Un último pensamiento para mis hijos y caigo pataleando en el vacío de un túnel negro e insondable…

Al amanecer del sábado 23, cae sobre el barco un enjambre de periodistas, soy claro y contundente criticando la tiranía cubana. Vuelta a las conversaciones con los tipos trajeados y entorchados, continúa la fuerte presencia militar. Subrepticiamente, logro pasar a una turista americana (un tanto ebria o fingiendo estar ebria, ha roto a empellones el cordón de soldados armados y dice a mi oído, “yo conozco el horror, mis padres murieron en Auschwitz”). Ella se acerca al barco, a mí en la borda del barco, y le paso un mensaje de auxilio que había escrito apresuradamente en papel cartucho —pensando en la eventualidad de que apareciera un periodista que me inspirase confianza— para que lo haga llegar a la Fundación Nacional Cubano Americana[5]; eso podría evitar que nos deporten.

En Cienfuegos, Genaro Cortés me había llevado a conocer a la hermana de Jorge Mas Canosa, vivía por la barriada de La Juanita, y esta me había proporcionado el teléfono personal del poderoso líder de la Fundación.

En la tarde llegamos a un primer acuerdo con las autoridades; iremos hasta la Isla Cozumel, más al Norte, en nuestro barco remolcado por un guardacostas para continuar allí las conversaciones. En gesto de buena voluntad, proponemos que las mujeres y los niños pudieran viajar en el guardacostas.  Pensamos ganar tiempo, hacer contacto con la prensa internacional para que sepan en Miami de nuestra situación. En el trayecto nos enteramos de que un grupo de refugiados cubanos llegado a Isla Mujeres (donde pensábamos recalar originalmente) tuvo un enfrentamiento con las autoridades, que un guardacostas embistió el barco, que hay varios cubanos heridos. Esto empeora la situación. 

El mar está violento, enormes olas parecen tragarse el barco remolcado y muchos vomitan por sobre la borda.

Llegamos a Cozumel al anochecer. En medio de la zozobra por nuestro incierto destino, el paisaje enaltece con sus rojizas rajaduras de luz en las sombras sobre la mar. La sorpresa es que las autoridades no quieren devolver a las mujeres al barco, las retienen como rehenes. Es la noche más triste desde que comenzamos esta aventura. Hablo con El Gallego, Rubencito y Zúñiga para incitar a iniciar una huelga de hambre; El Gallego no cree en la entereza de la mayoría para sostener una huelga de hambre.

He dormido a saltos. Hoy, domingo 24 de abril, es el cumpleaños de Mimí, cumple 21. Otra vez acecha lo sobrenatural: meses antes de escapar de Cuba, Mimí y yo consultamos la Ouija,[6] y mediante el tablero habló una entidad que se identificó como su abuelo Mayo, que entre otras cosas vaticinó que Mimí cumpliría sus 21 años fuera de Cuba; lo que fuese aquello que se manifestaba a través de la Ouija estuvo acertado. Por cierto, tuve que parar la sesión espiritual con cierta violencia pues la entidad empezó a dar detalles del plan de fuga y había varios curiosos en aquella habitación y uno, o más de uno, podía ser el indeseado delator.

Las mujeres, excepto las que tienen niños pequeños, comienzan a lanzarse desde la nave al mar y a nadar hacia nuestro barco; cada vez que una lo logra aplaudimos y gritamos en señal de triunfo y rebeldía. Mimí está entre las primeras en atravesar nadando el trecho como de 50 metros que separa ambas embarcaciones, la ayudo a alzarse sobre la borda de popa, nos fundimos en un abrazo-beso largo y mojado. El entorchado Almirante viene con su escolta en una lancha rápida y dice que tenemos que impedir que las mujeres se sigan lanzando al agua, pues esta es zona infectada de tiburones. 

Le contestamos que la responsabilidad es de ellos por tomar mujeres como rehenes.

Llaman nuevamente a la comisión para dialogar. Nos llevan a un refrigerado salón en una especie de academia naval; vamos por entre filas de soldados, nos sigue constantemente una cámara de video, y tras los soldados se apiñan manadas de periodistas que intentan obtener alguna declaración nuestra.  Cuando llegamos al salón, lo primero que hacen es mostrarnos los periódicos de los últimos días: la mayoría nos presenta como feroces delincuentes, la minoría como héroes en busca de libertad; en una entrevista que me hacen aparezco denunciando la censura y represión a artistas, escritores e intelectuales en Cuba, y después unas declaraciones de respuesta del canciller Roberto Robaina, de Cuba, donde descarada, enfática y furiosamente niega lo que he dicho acerca de la censura y niega además que sea yo un escritor y afirma, eso sí, que soy un salteador de barcos, un pirata. El plato fuerte es una serie de fotografías a página completa del momento en que el barco de cubanos en Isla Mujeres es embestido por una nave de guerra mexicana (imagino que a manera de advertencia para nosotros); y por último, ¡lo inaudito!, los titulares de la prensa del día anuncian en primera plana que los rebeldes del Ferro-129, es decir, nosotros, acaban de capitular. A la comitiva de ellos se ha agregado un alto funcionario del Ministerio de Gobernación, tipo inteligente y con tacto negociador. Propone otorgarnos una visa de estancia temporal en México, que nuestros gastos de estancia y manutención irían por parte del estado mejicano y, lo más importante, que se nos gestionarían visas humanitarias para que en el plazo máximo de tres meses pudiésemos viajar a los EE.UU; firmamos el acuerdo porque en verdad no tenemos otra opción…

Esa tarde nos montan a todos en un avión y nos llevan de Cozumel a Ciudad de México; tengo 35 años y es la primera vez que monto en un avión. Nos hospedan en un lujosísimo hotel en el corazón de la ciudad. La comida que nos sirven esa noche es un verdadero banquete de reyes; nos hartamos hasta no poder más, como si quisiésemos suplir la carencia de toda una vida. 

Desde el acristalado restaurante en el último piso del hotel hay una vista impactante y luminosa de la ciudad.

Mimí y yo tenemos una enorme suite. Alicia ha convencido al Gallego sobre tan delicado asunto. ¿Qué sentido tienen las tontas formalidades cuando se ha vivido en el límite de la catástrofe, del horror, cuando se ha arriesgado la vida misma? Extendemos sobre las mullidas alfombras y sofás los humedecidos manuscritos de La tabla, Caballeros en el tiempo y Mala jugada, nuestros papeles personales y fotografías para que se sequen, todos son salvables a pesar de la humedad y el moho. Nos damos un minucioso baño y nos hacemos el amor hasta quedar exhaustos sobre aquella increíble cama circular y giratoria frente a grandes espejos y ventanales que ofrecen la alucinante visión del Distrito Federal.

Al día siguiente, 25 de abril, después de un copioso almuerzo, nos llevan hacia un pueblo a 45 minutos de Ciudad de México llamado Santa Cruz de Tlaxcala. Reflexiono acerca de la benevolencia que muestran las autoridades mexicanas, de la implicación de altos oficiales del gobierno en negociaciones con desarrapados como nosotros, y estimé que ello pudiera deberse a tres factores fundamentales: deseo de la administración del presidente Carlos Salinas de Gortari de ser aceptado para la firma del Tratado de Libre Comercio con los EE.UU (lo que se discute en esos momentos en el congreso de ese país), las próximas elecciones presidenciales en México y la fuerza para protestar, presionar y cabildear del exilio cubano en Miami. Pensaba además que un factor que  podía también hacer al gobierno azteca cuidadoso de su credibilidad e imagen humanitaria es que menos de un mes antes de nuestro arribo a sus costas, aconteció el asesinato del candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional, PRI, Luis Donaldo Colosio. Asesinato cometido en medio de un enrarecido ambiente político que dio pie a una investigación plagada de errores, encubrimientos y omisiones, lo cual generaba grandes sospechas en la sociedad mexicana y en el exterior. Prevalecía así la opinión popular de que se trató de un complot en el seno del propio PRI, ordenado directamente por el entonces presidente Salinas de Gortari. Años después, en una librería de Miami, hojeando las memorias recién publicadas del señor Salinas, constato que estuve en lo cierto, el expresidente no sólo analiza el escenario político de su país implicado en lo regional, sobre todo en sus relaciones con el Norte, sino que menciona al Ferro-129 en el contexto de la crisis desatada por el constante arribo de embarcaciones robadas con refugiados desde Cuba y su rol de correveidile entre Clinton y Castro para apaciguar o poner fin a la situación.

El expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari realizando la presentación de su libro “Muros, puentes y litorales. Relación entre México, Cuba y Estados Unidos” en 2017 en el Centro Dulce María Loynaz en Ciudad de La Habana, Cuba (Foto: EFE).

Nos hospedan en el hotel La Trinidad, imponente edificio de ladrillos rojos que fue una fábrica de textiles en el Siglo XIX. Justo al frente tenemos el volcán La Malinche con su boca humeante, que lleva ese nombre porque en sus laderas acampó Hernán Cortés en su ruta hacia la Conquista de México acompañado de La Malinche, la india que fue su intérprete, amante y confidente. Logramos llamar a Cuba: oficiales de la Seguridad del Estado han visitado a nuestros familiares para comunicarles que nos han matado en el mar. En Santa Cruz de Tlaxcala permanecemos hasta el 2 de junio en la madrugada; tiempo en el que no faltaron desconfianzas y conflictos entre nosotros y las autoridades mexicanas, y aun entre nosotros mismos; pero primó siempre la cordura gracias en buena medida a un oficial menor del Ministerio de Gobernación que estuvo permanentemente con nosotros, conocido como el Licenciado De La Mora, quien mantuvo siempre la ecuanimidad y el tacto. Por otra parte, ya a mediados de mayo quedó claro, al menos para los que en alguna medida representábamos al grupo, que no habría tales visas para entrar a los EE.UU, sino que lo haríamos de manera ilegal por la frontera y con la complicidad del gobierno azteca. En este tiempo concedo hasta tres entrevistas diarias a periódicos, emisoras de radio y TV.; vivo así mi momento de fama y lo aprovecho a cabalidad para denunciar al mundo la extrema brutalidad del totalitarismo castrista. 

En verdad, los únicos héroes de esta historia son El Gallego y Rubencito, pero ya se sabe la debilidad de los medios por escritores e intelectuales que toman alguna acción.

El 2 de junio a las 5 a.m. partimos (en ese momento Emigración sumó al grupo 6 hombres y una mujer embarazada que habían llegado en balsa a las costas de Yucatán, quienes habían permanecido por 3 meses en cárceles mexicanas; lo que prueba la hipótesis de que nosotros habíamos sido privilegiados por coyunturas políticas) y viajamos en 4 ómnibus durante 24 horas seguidas hasta la frontera con los EE.UU, en algún lugar cercano a la ciudad de Matamoros. Los ómnibus renquean, roncan por sobre riscos de elevadas montañas, un resbalón de una goma y nos vamos de cabeza al abismo azteca. Mimí, nerviosa; la conforto diciéndole que esto no puede ser más peligroso que escapar bajo disparos y atravesar el mar sin instrumentos de navegación. Los ómnibus nos dejan como a 5 kms de la frontera en un solitario paraje. Nuestros familiares en Miami han pagado a las autoridades mexicanas y estas a los coyotes para la operación de entrada a territorio estadounidense. Al final del recorrido, surge una rivalidad por el dinero y dos grupos están a punto de enfrentarse a tiros, los que controlan nuestro ómnibus sacan subametralladoras Uzi y nos lanzamos sobre los asientos. Dialogan a gritos, un gritar cantarino, un morir en los acordes de un corrido; por suerte llegan a un acuerdo y podemos bajarnos de los ómnibus sin que las cosas pasen a mayores. Corremos desesperadamente por entre sembradíos de maíz, escoltados por coyotes a caballo, armados con sus metralletas Uzi; hay que pasar el río Bravo[7] antes de que claree el día. Corro cargado con las mochilas, ayudo a Mimí que se fatiga, llevo una espina clavada en un pie; no hay tiempo para sacarla. 

Al amanecer del 3 de junio de 1994 pasamos a nado el Bravo. 

Migrantes formando una cadena humana para cruzar el río Bravo para ingresar ilegalmente a Estados Unidos (Foto: Reuters).

La mañana como en brumas entreveradas por cuajarones de luz.

Soy consciente de lo inaudito, del misterio: ¡hemos salido de la isla de Cuba por un río y entrado a los Estados Unidos a través de otro río!; simbolismo de los ríos, de Oshum[8] como diosa de los ríos. Nos detiene una patrulla fronteriza. Grito eufórico: “I love you, America”.  Me esposan con Zúñiga y me meten a un carro celular. Los que llevan hijos menores los dejan seguir para la Florida. Mimí puede continuar con sus padres, pero se niega. No hay manera de convencerla y la meten al carro. Las esposas aprietan, pero Zúñiga y yo conocemos el mecanismo desde Cuba: si haces por aflojarlas, ellas apretarán inexorablemente más. 

La prisión se llama Los Álamos, está rodeada de alambradas. 

Nos visten de escandaloso naranja. 

En la inspección de entrada a la prisión, los guardias descubren mi cuchilla sevillana: mala noticia; los huéspedes del lugar tienen caras patibularias. Es el tipo de cárcel en que meten a criminales extranjeros  a cumplir sus penas o a extranjeros indocumentados para su deportación, el sistema funciona bajo supervisión del gobierno federal y fondos federales —es decir, del dinero de los contribuyentes— que se paga a subcontratistas privados, quienes se encargan de manejar estos almacenes de almas: cada delincuente o indocumentado, un gran negocio. Al entrar a la galera y tras cerrarse la reja, nos recibe un coro de voces roncas: ”¡carne fresca, carne fresca!”. Estamos en el pasillo entre dos hileras de tipos frente a sus literas. Zúñiga y yo nos quedamos allí parados, en guardia, y mi amigo grita, “la pinga, ¿quién es el que va a coger la carne fresca?” Le digo por lo bajo al oído, “no podemos gastar energía en gritar, nos hará falta para pelear hasta donde se pueda”, silencio sólido…, y el coro que responde: “ese, ese que está ahí, ese es el que va coger la carne fresca”. Entonces, en la semioscuridad de la galera, descubrimos sentado en una litera acondicionada como un trono a un ser musculoso, monstruosamente musculoso, con una bandera estadounidense como una badana atada a la cabeza que parece un pirata de película, una pesadilla hecha realidad y, de pronto, la explosión de risa y voces, “¿qué vola, Mandy, asere, qué volá, Zúñiga, asere?” Eran parte de la tripulación del barco de refugiados que se habían enfrentado a las autoridades en Isla Mujeres, la mayoría de Cienfuegos, entre ellos el padrino de Mimí, un gordito afable nombrado Bruno, y ahora mataban el tiempo gastándonos aquella broma atemorizante. 

La expresión “carne fresca” es parte del folklor carcelario cubano. Aunque no dudo que se haya usado alguna vez dentro de la cárcel, la realidad es que no es de uso común en las prisiones sino más bien en la calle, por gente que ni siquiera ha estado en la prisión, pues la lógica indicaría que al objeto de la sodomía forzada —al dueño del oscuro objeto del deseo sodomítico— se le ataca de imprevisto, o se le adormece con estupefacientes, pero no se le avisa que se le va a sodomizar y menos públicamente porque forzar varones, aunque se haga, no es tampoco una afición bien vista. Lo cierto es que en ese momento  uno no se pone a pensar acerca de la improcedencia de la infame frase y, por otro lado, si uno fuese tan lumbrera como para racionalizar en un momento así, siempre cabe el preguntarse con prudencia si no es que los hábitos carcelarios, carcelario-sodomíticos, cambian una vez cruzado el Jordán del estrecho de la Florida.    

Más tarde traen a Omar (quien, por cierto, acaba de fallecer en Miami en agosto de 2021 de un infarto masivo) y a otros integrantes de la escapada.

Los días, tensos y aburridos. A menudo me sacan para entrevistas con la prensa. Los guardias me creen un importante personaje. Sólo veo a Mimí por sobre una triple cerca de alambradas, junto a otras presas a la hora en que haciendo fila nos llevan a almorzar o a comer. Nos arreglamos para lanzarnos mensajes envueltos en pequeñas piedras. En Miami saben ya que estamos acá, se mueve la opinión pública a nuestro favor. Un millonario tejano ha visto mi foto en la prensa, me llama por teléfono y en mal español dice que pagará por mí la fianza de $50 000 que exige Emigración, quiere emplearme como su guardaespaldas. Asegura que ha leído nuestra historia y que necesita hombres de valor probado a su servicio. Le digo que acepto la oferta. Al colgar me digo eufórico, esto es América, país de las oportunidades, como en las películas. Me agrada que de entrada se me ofrezca el oficio de la acción. Nada de aburrirme en una oficina o sudar en una factoría. En una segunda llamada resulta que el tipo me plantea en su español de pacotilla ejercer un doble oficio por una suma sustancial: marido y guardaespaldas; desempeño siempre en su parte postrera. Declino la oferta del oficio dual todo lo amablemente que puedo. El guardia que me trae de vuelta a la galera, de origen centroamericano, y que se las ha arreglado para oír la conversación telefónica me dice: “debiste aceptar, es un hombre muy muy rico, las oportunidades las pintan calvas, pero bueno, cada cual un mundo…”

Hoy es 10 de junio de 1994. 

Intento escribir echado sobre la litera. Miro el cielo estrellado a través de un ventanuco en lo alto de la galera. Pienso: de balseros a mojados.[9]  No puedo concentrarme, ardo en deseos de poner punto final a esta aventura y encender 1000 velas en la Ermita de la Caridad del Cobre, allá en la ciudad de Miami.

17 de septiembre de 1998-24 de agosto de 2021

Mural de la Ermita de la Caridad del Cobre en Miami.

Notas:

[3] Divinidades afrocubanas.

[4] Deidad afrocubana del baile, la guerra y el fuego.

[5] La más poderosa organización de exiliados cubanos de aquella época en Miami.

[6] Tabla con las letras del abecedario para comunicaciones espíritas.

[7] Río que sirve de frontera entre México y los Estados Unidos.

[8] Divinidad afrocubana de los ríos, el erotismo, el oro y la alegría.

[9] Mexicanos que cruzan el río Bravo hacia los EE.UU.

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