Mis últimos días en La Habana
Nonardo Perea
El 23 de febrero del año 2019, cinco días antes de viajar a Praga para pasar un curso de videoperiodismo, en mi casa recibí la visita de dos agentes de la Seguridad del Estado, para invitarme a una entrevista que se realizaría esa misma tarde en la sexta unidad del municipio de Marianao, donde yo radicaba.
Al llegar a la unidad, me hicieron esperar al menos media hora, luego uno de ellos llegó y me condujo a la parte trasera de la unidad donde hay un patio trasero y varias casitas pequeñas que parecen oficinas. En una de ellas, una mujer militar procedió a tomarme las huellas dactilares. El seguroso me explicó que cerca de donde vivía habían escrito varios carteles donde se hacía propaganda en contra del voto por el referéndum constitucional, y yo, según él, era un posible sospechoso. Le dije que me parecía absurdo lo que estaban haciendo y que no tenía nada que ver con esos carteles, que estaban cometiendo un error, aun así en varias hojas me hicieron escribir y repetir algunas consignas que iban en contra del referéndum.
De ahí me condujeron al segundo piso, un aula donde, en dos ocasiones anteriores, había sido entrevistado solo por una persona. Esta vez me encontraría con el superior de los otros dos agentes. Era la primera vez que lo veía, esta vez la entrevista fue realizada por tres personas y cada uno hacía preguntas diferentes. Se habló más de lo mismo, de mi vínculo con el Movimiento San Isidro, de mi participación en la 00Bienal, de mi trabajo de fotografía enfocado en contra del decreto 349, y del reciente premio que había obtenido. Luego de aproximadamente una hora de conversación, pidieron que me colocara contra la pared, ahí el superior me cacheo para comprobar si llevaba algún celular o micrófono conmigo.
Una vez terminado el registro, el superior se puso tras de mí, colocó una mano sobre mi cuello, abrió la puerta y me condujo a la primera planta. Otra vez fuimos al patio, allí me hicieron subirme en la parte trasera de un auto rojo con cristales oscuros, me pidieron que me colocase una media para cubrirme la cara, y que pusiera la cabeza entre los muslos. En el viaje fui acompañado por dos agentes, y duró aproximadamente 20 minutos. En el transcurso del mismo me preguntaron si yo padecía de algún problema médico, les dije que era hipertenso, me preguntaron si me sentía bien, hablaron por el móvil con alguien al que le preguntaban para dónde era mejor llevarme, si para el Combinado del Este o para Villa Marista. Luego insinuaron que alguien en otro auto nos estaba siguiendo, les pregunté que quién los podía estar siguiendo si nadie sabía que yo estaba con ellos. Mencionaron a la gente de PIN (People in Need) que eran los que me invitaban al curso de videoperiodismo. Hicieron un recorrido en círculo en el mismo lugar, luego me dijeron que podía levantar la cabeza y me quitaron la capucha. Siguieron dando vueltas, y no se dieron cuenta, pero puede ver un pequeño local donde había un cartel que decía “ANAP Boyeros”. Ya sabía dónde estaba.
El auto se detuvo frente a un portón que daba a una casa con un gran patio. Allí me hicieron bajar, el superior me pidió que abriese la puerta de la casa. Por un momento me quedé pensativo, y abrí la puerta, pero volví a cerrarla, y me aparté de la puerta. Comencé a llorar, les grité que eso no estaba bien, que por qué me hacían eso. Les dije que me iban a tener que dar un tiro, pero no iba a entrar, me acababan de tomar las huellas dactilares, y ahora me hacían abrir una puerta; me dijo que era un acto de amabilidad, cosa que no creí. Me aseguró que no llevaba armas consigo, intentó calmarme y solo me dijo que íbamos a conversar. Entonces, para darme más tranquilidad, con su camisa borró las huellas del picaporte.
Entramos y nos sentamos los tres en una sala, me preguntaron si estaba calmado, respondí que sí. A los pocos minutos, una señora entró para preguntar si queríamos tomar alguna cosa, café, jugos, yo dije que no, pero el superior insistió en que tomara algo; pedí un café. Ella trajo café, jugos y un plato con algo para picar, jamón y queso. Fue una conversación incómoda, en la que me pidieron colaborar con ellos o se vería afectada mi salida del país. Insinuaron que mi pareja me estaba siendo infiel, cosa a la que no le presté interés. Me preguntaron cuándo y cómo había sido mi primera relación sexual, si la había disfrutado, y si tenía VIH.
Hablaron de mi padre, y me dijeron que en ese momento desclasificarían una información: según ellos mi padre había sido agente de la Seguridad del Estado. Me pidieron que colaborase con ellos, para eso me ayudarían con un curso de formación para controlar mis emociones, me dijeron que sería importante usar otro nombre distinto al mío. A partir de ese momento me llamarían agente Juan, que era el nombre de mi padre. El superior me preguntó cuál era mi comida favorita, para en algún momento hacerme una invitación personal. Insistió varias veces en eso. También me dijo que ellos se encargarían de en algún momento hacer una factura de comida para hacérsela llevar a mi madre. Yo le dije que no hacía falta.
Me mencionaron todos los nombres de los participantes del Movimiento San Isidro, y de la importancia para ellos de que yo les informara de todos sus movimientos. Me hicieron saber que ya había alguien dentro del grupo que colaboraba para ellos. Supuestamente para mí no iba a ser difícil engañar al movimiento, “podrás hacerlo fácil, eres actor”, me dijo.
Si antes querían que abandonara el Movimiento San Isidro, ahora querían lo contrario, que me involucrara más. Me pidieron que en mi viaje a Praga lo documentara todo, y de ser posible a mi llegada a La Habana les entregase mi laptop para revisarla a profundidad. Me dijo que si colaboraba con ellos iba a tener ciertas facilidades para exponer y publicar, incluso que me buscarían un buen trabajo, y que las puertas se me abrirían; ya no iba a pasar más trabajo.
En un momento de la conversación, me relajé y accedí a colaborar, creí que era lo más inteligente. Ya antes en la entrevista en el aula le había dicho que en esta ocasión no iba regresar a Cuba, y me dijo que si pensaba así no me dejarían salir del país, porque mi decisión de quedarme no era legal, y ellos tenían el poder de invalidar mi salida. Me pidieron un número telefónico para estar en contacto conmigo, di el de un vecino.
Salimos del lugar, decidieron no ponerme máscara, me dijo que ya era uno de los suyos y que confiaban en mi colaboración. Llegamos a la unidad y de ahí regresé a mi casa. Recuerdo que llegué muy nervioso, no creía lo que me había ocurrido. No dije nada de lo ocurrido al que era mi pareja, no podía hablar del tema.
Un día antes de mi partida, me llamaron a casa del vecino para indagar sobre los nombres de los que viajarían conmigo a Praga. Pude haberle dado esa información, pero le dije que no tenía idea, porque esos datos nunca los sabemos. Me explicó que era posible que en el aeropuerto me interceptaran, pero me pidió que no me pusiera nervioso, que era solo para que no sospecharan de mí, y me aseguró que no iba a tener problemas para viajar.
Estando en el aeropuerto, al pasar por la zona de inmigración, un agente se acercó a mí, me pidió que lo acompañara. Me llevaron a una pequeña habitación donde había varias personas. Uno de ellos se presentó como la persona que atiende directamente a los artistas. Habló de mi trabajo y me dijo que le parecía bueno, e hizo comparaciones con obras de otros artistas que no le parecían tan bien. Se alegró de que yo formase parte del equipo y de mi colaboración. Sonreí todo el tiempo y les hice creer que sí, que ya estaba dentro.
Una vez sentado en el asiento del avión, luego del despegue, sentí un gran alivio, sobre todo el de saber que no estaba dentro, realmente ya estaba, por fin, fuera, libre.