La necesidad infrapolítica, inconspicua y honrada: volvemos a empezar

Gareth Williams

Antígona, figura crucial de la tradición occidental cuya deriva infrapolítica, que es condición de su tragicidad, ha sido una y otra vez denegada y ocultada. Será necesario ocuparse más directamente de Antígona infrapolítica

Alberto Moreiras
Infrapolítica (instrucciones de uso), p. 242, n. 47

El ser humano: lo más ominoso de lo ominoso

Martin Heidegger
El himno de Hölderlin, “El Ister”, p. 92

La infrapolítica no es una filosofía de la vida orientada hacia la sublimación de la muerte, y llevada a cabo en nombre de la representación, el progreso, el desarrollo, la cultura, la identidad, la política, o la biopolítica, etc. Más bien, la infrapolítica parte y piensa desde la cuestión de un distanciamiento tomado de antemano con toda operación hegeliana, afirmativa de la vida, del sujeto, o de la política. Más bien, en el libro Infrapolitica (La Oficina, 2020)de Alberto Moreiras, la infrapolítica traza la aproximación a la cuestión de la diferencia ontológica entre los entes y el ser, entendiendo esa diferencia como el carácter siempre doble y simultáneo de la pregunta por la nada a la que llegamos todos, y también por lo que nos queda como resultado del cierre de la metafísica. El pensamiento de Alberto se abre a la demanda de un nuevo comienzo para el pensamiento, en gran parte porque nuestra época (es decir, la época del capitalismo total y del nihilismo sistémico que nos toca vivir y sufrir) instala y reproduce la muerte no como mortalidad —o como duelo por lo conceptual— sino como la producción de una especie de pena de muerte sistémica que es también apoteosis plenamente economizada y globalizada de la metafísica del discurso capitalista.

La infrapolítica busca distanciar el acto de pensar de las ortodoxias políticas modernas y también de todas sus formas de representación heredadas, incluyendo las de toda instrumentalización político-identitaria institucionalizada, es decir, universitaria. Esto lo propone la infrapolítica —y mediante su extensión conceptual Alberto Moreiras, por supuesto— para volver a abordar la cuestión de la existencia misma, y así aproximarse a la cuestión del ser y del no ser —de la nada— como parte integral de la exploración de lo que haya en la condición humana que no sea susceptible a la captura, o al sometimiento de la singularidad experiencial de cada uno de nosotros a la dominación, al sentido común biopolítico.

Siempre marcando distancias con la filosofía de la historia hegeliana, es decir, con las ilustradas reclamaciones a la conciencia y a la emancipación del sujeto extendidas mediante la topología dialéctica entre el Amo y el esclavo, la infrapolítica acepta que la experiencia vivida sea siempre, y simplemente, una pregunta por lo otro; una pregunta por la promesa de una otredad que nos invite a pensar en relación con lo desconocido, lo desarraigado, lo espectral, lo ominoso. Moreiras no evita la responsabilidad de orientar el pensamiento hacia la finitud o el abismo, y tampoco oculta el desarraigo humano mediante compulsiones narcisistas (como el ensayismo), ni a través de la caracterización del quehacer intelectual como una especie de dominio personalista sobre otros, o sobre uno mismo en nombre de la afirmación de la vida política, o de formas especificas de experiencia, de las políticas de la subjetividad, o de la demanda de la hegemonía política. La infrapolítica es más radical —menos imaginaria, más real— que todo eso.

El libro de Moreiras nos permite recordar, y reanimar, las impresiones que compartió Martin Heidegger cuando, en los años posteriores a la segunda guerra mundial, ofreció una respuesta a la pregunta de Jean Beaufret, “¿Comment redonner un sens au mot «Humanisme»?” (¿Cómo volver a dar un sentido a la palabra ‘humanismo’?). Heidegger avisó a su interlocutor francés que, frente a la saturación de la humanidad por la tecnicidad de la razón, quizá fuera mejor no volver a dar un sentido al humanismo sino aprender a renunciar, en la medida de lo posible, todas las pretensiones de la historia de la metafísica humanista: “Esta pregunta nace de la intención de seguir manteniendo la palabra «humanismo». Pero yo me pregunto si es necesario. ¿O acaso no es evidente el daño que provocan todos esos títulos?” (Carta sobre el humanismo, 2).

Para Heidegger la atrocidad industrializada de la segunda guerra mundial había significado tanto la extensión como el síntoma de la historia del humanismo, puesto que había llevado a cabo las múltiples imposiciones de la subjetivización, y por lo tanto de la cosificación nacionalista e imperialista de la humanidad. La guerra expuso tanto las condiciones de lo inhumano que abarca todo humanismo, como la monstruosidad de los entes mismos. La infrapolítica en el contexto del estado actual de las cosas —no ya de una guerra mundial pero sí de un mundo de guerra ilimitada— demuestra que conviene reconsiderar la convicción de Heidegger, de que “el pensar no supera la metafísica por el hecho de alzarse por encima de ella sobrepasándola y guardándola en algún lugar, sino por el hecho de volver a descender a la proximidad de lo más próximo. El descenso, sobre todo cuando el hombre se ha estrellado ascendiendo hacia la subjetividad, es más difícil y peligroso que el ascenso. El descenso conduce a la pobreza de la ex-sistencia del homo humanus. En la ex-sistencia se abandona el ámbito del homo animalis de la metafísica. El predominio de este ámbito es el fundamento indirecto y muy antiguo en el que toman su raíz la ceguera y la arbitrariedad de eso que se designa como ‘biologismo’, pero también de eso que se conoce bajo el título de ‘pragmatismo’. Pensar la verdad del ser significa también pensar la humanitas del homo humanus. Lo que hay que hacer es poner la humanitas al servicio de la verdad del ser, pero sin el humanismo en sentido metafísico” (Carta sobre el humanismo, 1).

La palabra ‘infrapolítica’ es el nombre actual de ese difícil y peligroso descenso a la proximidad de lo más próximo, y la tragedia —y aquí entra la figura de Antígona— desvela una zona experiencial en la que, como dijo Lacan, la muerte “atraviesa la esfera de la vida, de una vida que se mueve en el reino de la muerte” (Lacan, 248). Aquí, en este reino, el don de la muerte proporciona la singularidad de la experiencia. Por esta razón, la infrapolítica desentraña, descifra, las aporías que fluyen por debajo de las cadenas significantes —de las herencias— de lo moderno, y de la dominación contemporánea. Esto lo hace plenamente consciente del conformismo político tanto de izquierdas como de derechas, y también a la luz de la promesa que se extiende mediante la deconstrucción de todas las formas políticas dadas. Por esta razón, la infrapolítica entiende la tragedia como la raíz de la experiencia, pero lo entiende como una raíz oculta, olvidada en el orden de la total subsunción de la humanidad al fetichismo de la mercancía, y a la pena de muerte —la extinción forzada al nivel planetario, por ejemplo— instalada por el capitalismo contemporáneo.

La figura de Antígona aparece poco, pero significativamente en Infrapolítica (instrucciones de uso), aunque quizá también se puede decir que atraviesa toda la trayectoria intelectual de Alberto desde Tercer espacio (a finales de los noventa del siglo pasado), pasando por Línea de sombra, hasta la actualidad. En éste su libro más reciente, la cuestión que abre Antígona aparece en momentos clave que nos ayudan a vislumbrar no solo lo que está en juego en la infrapolítica misma, sino también en la relación que mantiene Alberto con sus principales referencias, Heidegger y Derrida. 

Al final del exergo sobre Clamor de Derrida, Antígona aparece por primera vez mediante una cita de Derrida escribiendo en primera persona —cosa extraordinaria, señala Alberto— y aparece como la figura fantasmática —un deseo femenino— que subyace todo pensamiento interruptor de la metafísica. La figura fantasmática de Antígona abre paso a la promesa de un segundo momento de la deconstrucción. En la columna de Derrida sobre Hegel, y contra Hegel, Antígona, anuncia Moreiras, “desmetaforiza el sistema, y así lleva el saber absoluto a su ruina (…), da un paso atrás con respeto de todo comentario, su silencio encripta su lengua, o su lengua encripta el silencio. Ritmo hesicástico, volvemos a empezar” (18).

Esta figura fantasmática —Antígona— resurge en el capítulo tercero de Infrapolítica (instrucciones de uso), en relación con la cuestión de la distancia entre polis y política en Heidegger y Martínez Marzoa, como marca espectral de un acercamiento extra-político con el Ser, con ese “algo [«necesidad extrapolítica» lo llama Alberto], sin lo cual la vida sería invivible” (68). Mediante el espectro de Antígona la demanda infrapolítica de “hacerse casa en la intemperie”, como lo dice Heidegger en su lectura de Sófocles, vuelve a empezar.

¿Por qué es importante esto? Porque, como dice Alberto, “La política, al margen de la abandonada dignidad de su concepto, es hoy siniestra. La política es lo que hace Creón (…), perdido en la nada de la demanda administrativa” (75). La infrapolítica, al contrario, es el intento de “desarrollar una relación con la existencia que more en y pregunte por lo otro de la ordenabilidad, que, como traza, es residuo del ser humano libre de la primera incepción —traza de Antígona, y por ello condición hiperbólica de toda democracia futura” (77).

En este sentido, la infrapolítica no nos ofrece ningún quehacer estrictamente político, aunque siempre toque y transforme las condiciones de la politicidad misma. No responde a la pregunta: “¿dónde está la política de la infrapolítica?”, o “¿qué hacer políticamente con la infrapolítica?” Más bien, la infrapolítica mora en, y piensa desde dentro de, la distancia absoluta entre el pensar y el ser, entre la existencia y la existencia política, entre la vida y la política. En esa diferencia, en esa absoluta distancia, “se juega el común de un comienzo otro” (118). Esto es lo que Alberto llama en el capítulo cinco “una modificación existencial con la propia existencia” (132). Por esta razón, se puede decir que la infrapolítica es deseo emancipatorio, pero lo es contra las determinaciones, olvidos y silencios de la herencia de la emancipación moderna. Haciendo eco del Derrida de Espectros de Marx, la infrapolítica desvela “la indestructibilidad del ‘es necesario’”. Y es gracias a este último libro de Alberto —un libro que marca un distanciamiento radical con la epocalidad moderna misma (y para mí, allí radica su importancia fundamental para los debates contemporáneos)— repito: es gracias a este último libro de Alberto que podemos percibir que es necesario volver a la cuestión de la indestructibilidad del ‘es necesario’, para poder volver a empezar no desde la metafísica del humanismo, o del sujeto, sino desde lo que Heidegger llamó “el ser humano: lo más ominoso de lo ominoso”.

Obras citadas:

– Heidegger, Martin. Carta sobre el humanismo. Traducción de Helena Cortés y Arturo Leyte. Documento digital, 2000, https://www.ucm.es/data/cont/docs/241-2015-06-16-Carta%20sobre%20el%20humanismo.pdf

—. Hölderlin’s hymn “The Ister”. Indiana University Press, 1996.

– Lacan, Jacques.  The Seminar of Jacques Lacan Book VII: The Ethics of Psychoanalysis 1959-1960. Edited by Jacques-Alain Miller. Translated by Dennis Porter. New York, W.W. Norton & Co., 1992. 

– Moreiras, Alberto. Infrapolítica (instrucciones de uso). La Oficina Ediciones, 2020.

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