Norge Espinosa
Si todo gesto literario no es más que el intento, acaso desesperado o sutil, por recuperar rostros, cuerpos, hechos y sitios ya perdidos, el libro de Yoandy Cabrera que me dispongo a presentar, es una confirmación de tal sentencia, entendida según el modo en que su propia vida le ha permitido comprenderlo. Cercado por los libros, por el diálogo con los muertos que es por lo general la literatura, ha ido acumulando poemas como quien anota en un diario imposible los pasajes de su propia existencia, por encima de distancias o paisajes en los que ya la nostalgia se adivina justamente como Literatura, que no como pretexto patético para reinventar el modo y el pulso de aquello que ya perdió. Tras un cuaderno de juventud que queda semioculto en las páginas de este, Yoandy Cabrera se imagina a sí mismo en el estanque o espejo que puede ser la poesía, tratando, por encima de todo, incluso por encima de “hacer” Literatura, de hallarse a sí mismo en estas estrofas. Y también de hallarnos, en la humilde intensidad de ese reflejo.
Adán en el estanque viene a ser, de algún modo, el eco que esa vida, en Cuba o en Europa, ha tenido hasta ahora esta persona. Los libros, el pasado que ellos representan, le han servido para imaginarse en otras latitudes que luego ha podido recorrer, pero sobre todo para inventarse un paisaje propio. La poesía, mucho más ligera que las horas dedicadas a la preparación de clases, a las torpezas o insolencias de un alumno, o a la revisión de tratados imprescindibles en la tarea del profesor, le ha servido de alivio contra todo eso. Y como un punto en su mapa personal en el cual puede regresar a sí mismo, a la familia lejana, a los amantes idos, a la infancia en un pueblo nacido como golpe de efecto de una Revolución que acabó sacudiéndolo todo, e inventando poblados donde alguna vez solo hubo descampado o monte. De esa suerte de contradicción vienen las primeras memorias del poeta. Y en este libro queda el eco de mucho de ese sobresalto. Dividido en tres secciones (“Doméstica”, “Adán en el estanque” y “En los altos trirremes”), el discurso evoluciona siempre en una escala que procura la transparencia, y que no haya resentimiento ni siquiera cuando denuncia los pesares del país, al cual se evoca por encima de esos golpes, como sucede en “Maná”, “Convivium” o el que da título a la primera unidad del volumen:
El verso como el arroz en tus manos
agua turbia que transcurre
pozo duda cóncava
Pasas tierra adentro
grano a grano
como el primer poema que escribo
el primer dulce que pongo a hornear
o la lágrima por el amor primero
Raspo el fondo y esto es la vida
la poesía puesta al fuego
el arroz de tus manos
En su prólogo a Adán en el estanque, Elina Miranda ha detallado las recurrencias librescas de este conjunto de poemas. Ha ido tras la huella de lo helénico, de los mitos babilónicos, de lo cristiano como punto de enlace entre todas esas figuraciones. Si la poesía es un espacio de confluencias que hace simultanear diversas realidades en el ardid de la metáfora, este libro deja que todos esos fantasmas se unan en unas pocas páginas, y que a través de ellas conozcamos al autor. La cita culta, pedante, el verso excesivamente rebuscado, ha quedado atrás. De esas lecturas queda la rama desnuda, a punto de quebrarse; en esos fantasmas Yoandy aprendió que la verdad, para estremecer, no necesita demasiado aderezo.
En un tiempo en el que la poesía (la poesía cubana, digo) ha preferido aferrarse al insulto, a la pirotecnia verbal, a la desacralización porque sí, de algo que se ama tanto que parece haberse ya odiado antes de ser verdaderamente conocido; este volumen sorprende por su humildad y su limpieza. El autor podría citar en su idioma una esquela funeraria de una tumba griega, o demostrarnos su conocimiento del idioma con un verso largamente meditado. Lo que me conmueve, y esto es a lo que quiero llegar, de Adán en el estanque, es su confianza en la transparencia que el lector aportará al acto de la lectura, a la intimidad sin mediaciones que este volumen reclama con su tono discreto, desde el cual consigue pasajes que se refieren a pérdidas y carencias, a amarguras y desastres, sin hacer de ello la queja o la irreverencia que comienza a ser lugar común de tantos. Mirar en la grisura de Cuba, en el despojo de su utopía para hallar la única verdad de los cuerpos que la habitan, es otro modo de dar color a ese retrato, en el que la memoria y sobre todo la despedida, caen como piedras en ese posible-imposible estanque.
Cuando lo confesional alcanza un grado de emoción que se iguala en cierto modo a la música, en este libro consigue Yoandy Cabrera páginas como “Algo se ha quebrado en el paisaje” o “Moira”. En el primero, trata de salvar esa ausencia con lo que sigue denunciándola, a fin de recuperar lo huido, lo que se le ha arrebatado, a partir de su sombra y la desolación.
algo falta
una mirada un timbre
tu perfil recostado en el banco
la voz en la vigilia
la margarita entre el hierro oscuro
algo falta
o es que el brazo se hace voz
en las mañanas del mundo
y la ausencia es
el músculo
la rara certidumbre con sus venas
acosándonos
En el segundo, la sensación de abandono compone el poema mismo, y nos empuja hasta las últimas estrofas del libro, en las que se afirma que “Al verdadero enemigo se le ofrece / el pecho sin resistencia, / se le abre el corazón como una fruta”. Algo que solo llega a saberse cuando ese pecho ha sido atravesado una y otra vez, y el dolor pasa a ser un estado de conciencia del cual emana otra verdad, que puede ser la poesía.
Distanciado de la Isla, aferrado a ella desde la lectura o el correo electrónico, o los libros que frecuenta una y otra vez para conceder a Delfín Prats o Lina de Feria los estudios que aún se les deben entre nosotros, Yoandy Cabrera piensa en Cuba desde esa saludable lejanía que alguna vez Lydia Cabrera nos recomendó. En un libro donde el amor está ligado a una idea de la soledad, y donde lo homoerótico no es consigna ni arenga, sino una condición de quien atestigua sin escándalo, el estanque que se nos ofrece es el de esa sinceridad con la cual Yoandy procura la verdad de esos autores o de sí mismo, sin que le empañen el gesto otras escaramuzas, otras maniobras, hallando justamente en su soledad la fuerza para, otra vez, imaginarse entre nosotros.
Que él haya querido que este libro, editado cuidadosamente en Madrid por Betania, se presente en La Habana, en Cuba, y que sus ejemplares se distribuyan sin costo alguno entre los asistentes a esta breve ceremonia, dice también de qué manera él quisiera regresar. Las plagas, las carencias, los requiebros que el libro enumera, son marcas de aprendizaje sobre su piel y su memoria. En el regreso no hay rencor contra aquello que pudo alejarlo de la Isla, de su Sandino natal, o siquiera de sus padres. Creo haberle recomendado alguna vez, cuando el nudo de los acontecimientos así lo exigió y parecía imposible que pudiera dejar el país rumbo a otro destino, que lo arriesgara todo y que se fuera. Los poetas cubanos tienen otras antologías por el mundo, han visto en lenguas mucho más extrañas los versos en los que intentan el retorno a esas costas que, en medio del caos, creyeron distantes para siempre. La literatura, la poesía, son actos de retorno. No siempre físicos, no siempre refrendados en los rostros de aquellos que nos despidieron. Lo que imagino ahora, a punto de callarme para que el autor lea algunos poemas y nos deje este libro en el falso invierno tropical que nos agobia, es de qué otros modos volverá a nosotros este poeta, o cómo él mismo volverá a la poesía, sin otra necesidad que la de conseguir que su voz sea escuchada desde el fondo del estanque. Que lo podamos escuchar, siendo su voz tan amiga del susurro y la confesión a medio tono, es cosa que logra por la intensidad conseguida en estos poemas rápidos, a veces fotográficos, donde su vida se entiende como un álbum de memorias entrecortadas. Así ha querido regresar, tras varios años, Yoandy Cabrera hasta nosotros. Abrazarlo, para quienes le queremos, será poco. Leerlo, cuando el libro quede en nuestras manos, será otra forma de oírle hablar, en una Habana y un país que es aún lo suficientemente pródigo como para regalarnos, en su semipenumbra, algún instante de sosiego.
Notas:
* Texto de presentación escrito por Norge Espinosa sobre el poemario Adán en el estanque (Betania, 2013) de Yoandy Cabrera. Dicho texto fue leído en La Habana el 12 de marzo de 2014, en la Casa de la Poesía.