Lázaro Orihuela Martínez
Al haijin (poeta de Haiku) no le interesa hacer poesía, como lo que generalmente conocemos como poesía, con utilización de recursos como las metáforas, sino eternizar con la escritura un momento plenamente vivido en la Naturaleza, con el deseo de que el lector pueda recrearlo tal como se vivió. Los poetas “en general son, muchas veces sin quererlo, testigos de la historia, el haijin es, digamos, el testigo de la naturaleza”.[1]
La metáfora es el desplazamiento imaginario de significado entre dos términos con una finalidad estética; el Haiku, sin embargo, es una nota sobre la realidad objetiva, que pudiera ser poesía, pero “poesía pura” del asombro y de los sentidos.
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El constante descubrimiento del mundo, la observación que origina la limpieza de la mirada, el alto grado de sensibilidad que hace vibrar fácilmente con el exterior, e incluso la incapacidad de razonamientos profundos son características innatas en los niños y son parte de la “meta” del haijin. En materia filosófica y psicológica a esa “meta” se le llamaría “conciencia plena” o “pleno estar”. Entonces el haijin se entrena tomando el camino (Do) de Haiku, para llegar a sentir el mundo como mismo lo sienten los niños. Se ha dicho que el Haiku es el ¡Eso! o el ¡Mira! del niño, un corazón atento que se afecta o conmociona ante cada detalle. Los niños enseñan a los mayores a afectarse con esos detalles y a elegir entre esos detalles, los más importantes. Basho una vez dijo: “Para escribir un Haiku, busca a un niño de un metro de altura”.
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La sencillez es esencial, sólo una mirada limpia e inocente es capaz de ver realmente el mundo. Muchos de los mejores haikus de haijines como Onitsura, Chiyo-Ni, Ryokan, Buson, Issa o Santoka, fueron escritos en la niñez. Sucede que el Haiku dice más de lo que dice, y cuando un niño recoge una instantánea en su cuaderno, lo hace sin ambición, sin prejuicios, sin el ego de mostrar intelecto, con un poder excepcional para mirar. Y eso es lo que persiguen los mayores que escriben Haiku: regresar a la niñez para lograr sentir el momento y escribirlo, como lo hacen los niños.
El contacto con el inmenso mundo de la Naturaleza, que está fuera de lo corrientemente humano, además de eternizar el sabor de “eso” que dota de vida a los seres y que los interrelaciona, hace que el haijin encuentre un estado de sosiego, plenitud y armonía muy similar al espíritu natural del niño.
En 2017, por ejemplo, se realizó en Colombia un riguroso certamen presidido por el Maestro Vicente Haya, quien nos ha desvelado los secretos y leyes del Haiku. En ese certamen llamado “Concierto de Haiku. Tercer Movimiento: Ser Tierra”, resultó seleccionada Emiliana Weinstein Posada, una niña colombiana de 8 años. Casualmente, en la presentación del Dictamen Final (Enero, 2018), dijo Haya que este había sido, respecto a los dos anteriores, el “Movimiento” de mejor calidad. En mi modesta opinión, el de Emiliana fue uno de los Haikus por los que Haya pudo realizar dicha afirmación.
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Aunque en Cuba se viene conociendo el Haiku desde hace poco, gracias a la labor de la haijin y escritora María Elena Quintana Freire (Mizu) y el Maestro Jorge Braulio Rodríguez Quintana, este tipo de poesía se ha podido cultivar con éxitos en la isla.
Se pudieran poner como ejemplos, del Taller “La rana de Basho”, impartido por María Elena, los siguientes:
En la playa
las olas van y vienen
de todos los tamaños
Sofía Calvo Reyes, 7 años
Telaraña que se mece
entre los frutos
de la tierra
Manuel, 8 años[2]
Notas:
* Fragmentos del libro inédito 17 preguntas sobre el Haiku. Deinós agradece a su autor Lázaro Orihuela Martínez por permitirnos revisar el cuaderno y publicar parte del mismo en nuestro espacio. Las imágenes son del artista plástico Rubén Fuentes González, Doctor en Arte: Producción e investigación, por la Universidad Politécnica de Valencia, España. Especializado en Sumi-e, pintura china-japonesa a la tinta. Nuestro agradecimiento también al artista plástico por permitirnos usar sus obras como ilustraciones acompañando el texto.
[1] Yordan Rey. HELA Hojas en la acera, No. 31, Septiembre 2016, p. 6.
[2] Extraídos de HELA Hojas en la acera, No 22. Julio 2014. p. 11.