Yoandy Cabrera
El que ibas a ser está esperándote
Raúl Hernández Novás
Madenusas en las tiendas, animalitos de luz que nos vuelven otra vez niños. Lámparas de noche o épicas figuras que no van a ninguna parte y sin embargo, desde el plástico iluminado sobre la mesita, nos dejan como empanados, absortos, distraídos… Nos hacen confundir presente y recuerdo. Pero la base de las Madenusas de esta pieza teatral es en realidad el lenguaje, construcciones sociales hechas de palabras, ideas fraguadas en el tono más coloquial imaginable. Razones para quedarse y para irse, fascinaciones de plasticidad verbal. Madenusas que viajan entre Argentina y Estados Unidos, entre el Sur y el Norte, que puede ser también cualquier país de Latinoamérica mirando hacia cualquier país europeo o norteamericano, entendiendo la geografía como un asunto político, es decir, como geopolítica. En ese centelleo del plástico, de la frase que viene y va, del anglicismo que se cuela o se imposta, hay también mucho de cuestionamiento de lo nacional o, más bien, de replanteo del mapa de la nación. Una patria que tiene su mejor forma en lo disperso, en lo expansivo, en la memoria y el viaje, en la diáspora. Una patria que solo alcanza sentido si tiene en cuenta a su emigración. Por ello mismo es una patria que desconoce a la vez que lidia con las fronteras de cualquier tipo, pues se adentra hacia lo doméstico, lo cotidiano, entre la gente común y sus dilemas diarios.
El domingo 5 de mayo tuve la oportunidad de ver la obra Madenusa de Claudia Soroka representada por Gente de Teatro en el Hamman Hall de Rice University. Se trata del estreno de la opera prima de Soroka, quien ha sido esencialmente actriz de la compañía y Directora Ejecutiva de la misma. Madenusa refleja la influencia y el impacto que ha provocado a lo largo de la carrera de la autora la obra Made in Argentina (1986) de Nelly Fernández Tiscornia. La de Soroka funciona como una especie de imagen especular de la pieza de Fernández Tiscornia, pues mientras en Madenusa los mismos personajes se encuentran en Estados Unidos; en Made in Argentina estos se vuelven a ver en el Sur.
Soroka lleva a cabo un ejercicio interesante y peculiar en la escritura de esta obra, pues al haber sido una de las actrices que había trabajado en la puesta de Made in Argentina en 2011, la autora-actriz se plantea la continuación de la trama desde dentro, en calidad no solo de dramaturga, sino de alguien que puede hablar y pensar desde el personaje que interpreta y que, a su vez, puede imaginar a los demás actores decir los parlamentos que ella crea para sus respectivos personajes.
En ambas piezas el tema de la emigración se vuelve centro temático. Dos personajes (Mabel y su esposo Osvaldo, interpretados por Ana Ilvento Scuseria y por Jorge Zambra) representan a una primera oleada migratoria que no tuvo más remedio que abandonar el país de origen por razones políticas y económicas, mientras los otros dos personajes (la Yoli y su esposo el Negro, interpretados por la propia autora y por Sergio Amsel) encarnan otra oleada migratoria que podría buscar alejarse de la crisis nacional y pensar en tener un mejor futuro en otra tierra. Pero la Yoli no sabe que ese es el plan de el Negro con su hermana Mabel, así que visita los Estados Unidos sin imaginar que el Negro planifica quedarse y convencerla para que haga lo mismo.
Con un tono coloquial y de comedia, teniendo como único espacio escénico la modernísima cocina de Mabel en su casa de Houston, Madenusa consigue configurar una imagen del emigrado que parte del caso argentino, pero no se limita a él. El emigrado por razones políticas y/o económicas, el emigrado por razones económicas (que siempre tiene una fuerte relación con la política, pero que se diferencia de aquellos emigrantes que han tenido que irse porque sus vidas corrían peligro), el emigrado que busca mejores posibilidades de estudio y profesionales… Para Mabel y Osvaldo volver no fue nunca una alternativa o posibilidad. No lo es para muchos emigrados cubanos hoy mismo, por ejemplo. Pero para otros emigrados de diversos países latinoamericanos (e incluso para algunos cubanos, a pesar de la compleja situación política de la isla) volver/quedarse-de-vuelta es, como en el caso de la Yoli y el Negro, una solución no desdeñable. En cualquier caso se trata de buscar alternativas (de un lado o de otro) para sobrevivir, y de encontrar un espacio para el diálogo y el encuentro, a pesar del inevitable paso del tiempo y de las diferencias. El asunto va de reconocerse como supervivientes de diversas y adversas circunstancias, tanto los que se fueron como los que se quedaron.
Madenusa nos pone ante el reto de replantearnos cómo lidiamos con el que fuimos, con el que íbamos a ser, con el que allá en el fondo seguimos siendo; cómo convivimos y reaccionamos ante el país del que fuimos parte y que vuelve y nos afecta a través de la interacción con amigos, familiares, por medio de los recuerdos y de las vivencias compartidas. En ese sentido la obra está a la altura de algunas de las mejores piezas del Grupo Malayerba (de Ecuador), como pueden ser Nuestra Señora de las Nubes e Instrucciones para abrazar el aire, haciendo más énfasis, eso sí, en el realismo y lo cómico que en el lirismo propio de la compañía ecuatoriana.
Esta obra consigue convertir el tiempo del teatro, la magia del Cronos teatral en tiempo real y anodino. Los personajes logran, a través de los silencios, las situaciones, las pausas, los parlamentos hacer de la cocina escénica, cocina doméstica. Hay un momento en que la ilusión teatral se confunde con el entorno más rutinario y cotidiano. Las situaciones, los diálogos, la monotonía del tempo dramático consiguen que nos creamos por momentos que alguien simplemente ha decidido iluminar con focos y luces de espectáculos escenas del diario vivir. Todo ello se logra esencialmente por la frescura y la espontaneidad de los personajes. Mabel, sin embargo, a diferencia de los demás, no viene a mirar de modo frontal al público hasta bien avanzada la obra. Su vida de mujer de negocios, de mujer emprendedora y ocupada no le permite mirar a la cara de los demás tan fácilmente, mucho menos a la del público. Mirarse en los demás personajes y en los espectadores es, de algún modo para ella, reconciliarse con la que (no) fue.
¿Quiénes somos? ¿Quiénes hemos sido? Y sobre todo ¿cómo lidiamos con esa continuidad monstruosa fraguada entre el pasado y el presente que nos reconfigura a cada instante? Madenusa hace pensar en todo ello. Y hasta alguna lagrimita uno suelta al ver a los hermanos despedirse, porque algo de catarsis y anagnórisis sigue quedando en el teatro. El gran logro de esta pieza, de su puesta escénica, es hacer de lo que hemos vivido como emigrantes un acto teatral. Acto que nos devuelve, también entre risas, el dolor del viaje. Dolor que es, además, desde una cocina o un aeropuerto, percepción y metástasis de la existencia.