Sobre ‘Dolor y gloria’ de Pedro Almodóvar

María Gil Poisa

“Era el hombre más solo que nadie ha visto jamás”. La cita que Salvador Mallo (director y escritor, hijo y amante) destaca de una de sus lecturas, lo retrata como lo que es: un solitario que se reconcilia con sus relaciones para seguir adelante por sí mismo.

Dolor y gloria (2019) es la vida de Salvador Mallo, y también la carrera de Pedro Almodóvar: una cinta que contiene todas las suyas, una recopilación de viñetas que parecen notas guardadas en un cajón, borradores concluidos, pero por desarrollar. Como los archivos que Alberto encuentra en el cajón de Salvador, son “buenos argumentos para una historia”, retales que podrían tener su propia cinta, pero para los que ya no hay tiempo. El dolor y la gloria son, al mismo tiempo, una lista de cosas pendientes e historias abiertas y un ejercicio de recuerdo ejecutado para la redención.

La película articula, sin miedo, presente y pasado; desde la música hasta el montaje y su dirección artística (la casa de Salvador, por ejemplo, combina los clásico con lo moderno, los colores almodovarianos –blanco, rojos y marrones– con los cuadros y muebles antiguos). Se trata de un honesto retorno al pasado hecho para mirar hacia atrás y cerrar heridas.

La historia presenta a Salvador, un director de cine estancado en su carrera (¿alter ego?, ¿a quién le importa?), abrumado por un dolor que le impide trabajar, seguir escribiendo, mantener su gloria. Asediado por una enfermedad casi imaginaria, menos somática que emocional, lo que vemos es la lucha entre el creador y la persona, el que necesita producir para seguir viviendo en su presente, y el que ya no tiene fuerzas para ocultarse un pasado que pesa sobre sus hombros. Salvador no rueda, no puede, le duelen la espalda y el alma. Ya no escribe, ya lo ha escrito todo; ha volcado su sufrimiento en un documento Word para deshacerse de un dolor emocional que somatiza en lo físico, pero sabe que es únicamente este dolor el que le permite crear y que, al mismo tiempo, se lo impide. Salvador, que no se ha podido salvar, no vuelve a ver sus películas porque lo vuelca todo en ellas, pero al cerrar las historias, también pierde su inspiración. Su escritura fue su vida: desde su despertar sexual de la mano de Eduardo, hasta su carrera, la que trata de resucitar Alberto. Pero no es su finalidad, sino un tratamiento contra el dolor. Por evitar su pasado, vive en un presente que lo sigue dañando.

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Pedro Almodóvar. Fotografía de Nico Bustos

Bloqueado en su vida y en su trabajo, Salvador solo tiene las drogas. La droga legal, la que le receta su médico, no le quita el dolor ni lo deja escribir, lo obliga a enfrentarse a su presente, mientras que la droga ilegal que le proporciona Alberto, lo devuelve a su pasado y le obliga a enfrentarse a él, y es lo que lo alivia al permitirle cerrar sus historias, y poder volver a crear. Para Alberto, la droga es parte de su vida, lo vincula a su pasado de estrella de la Movida; ya no la necesita para provocar ni para evadirse, pero siempre ha estado ahí, y le recuerda quién ha sido y ya no es. A Salvador, sin embargo, la droga lo tranquiliza porque lo aleja del presente, el dolor, y lo acerca a la gloria transitoria que le da el estar puesto: el agua de su piscina, el útero de su madre, y la química en su cerebro. La gloria es el dolor de enfrentarse a uno mismo, y también la calma de no necesitar nada más que fumarse un chino.

Dolor y gloria rescata a personajes estancados en la memoria, en el intento de un hombre de resarcirse cerrando sus historias abiertas. Recordando y enfrentándose a los que dejó atrás (Alberto, Federico, su madre y Eduardo), Salvador –que no Almodóvar– puede volver a rozar la gloria de escribir y rodar, porque ya no tiene nada pendiente. Cuando desaparece el último de ellos, la madre, Salvador está por fin preparado para salir al mundo y volver al cine.

Mucho se ha escrito ya de la relación autobiográfica de Almodóvar con esta película (“es un texto confesional, no quiero que nadie me identifique”, dice Salvador a Alberto). Pero eso no importa. Dolor y gloria no es una biografía, es una despedida. Esta película contiene, sin sonrojo, toda su carrera, todos sus temas, todas sus caras. Antonio Banderas (el hombre), Penélope Cruz (la madre, la infancia), Cecilia Roth (la madre, el sacrificio), Julieta Serrano (la madre, la muerte)… Incluso Nora Navas, la actriz que interpreta a Mercedes, recuerda a Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios, con la peluca y el vestuario; y también recuerda a (de nuevo) la madre de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Dolor y gloria recupera, por tanto, todos los temas de su carrera: las comedias y dramas de su Movida (en el episodio de Alberto), la infancia y los abusos de la religión de La mala educación (estos curas que, en lugar de darle la enseñanza prometida, le niegan el conocimiento), la vuelta a la infancia en La Mancha de Volver, y el sacrificio materno en Todo sobre mi madre. Autorreferencial y de reconciliación, con su público y consigo misma, es una retrospectiva de toda su carrera: despedida, telón y cierre.

Alguien le dice a Salvador que “son tus ojos los que han cambiado”. También son los nuestros. Almodóvar sigue siendo el/él mismo.

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