‘Navío en puerto’ de Nara Araújo

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Eliana Rivero

Nunca vi a Nara en Cuba. Siempre me tocó encontrarme con ella en la diáspora, en Miami, en Dallas, en México, en Canadá. Fuimos primero colegas que compartimos estudios sobre mujeres latinoamericanas, textos de teoría (su libro premiado, Del formalismo a los estudios poscoloniales, 2003, es parte de los materiales que uso para mi curso de escritoras de Hispanoamérica). También compartimos opiniones sobre las últimas publicaciones, cartas, mensajes, documentos. En uno de mis viajes a México me quedé con ella y su familia en el piso de Coyoacán, y fuimos juntas a la casa museo de Frida Kahlo, a mercados de artesanías, a centro culturales, hablamos sobre arte colonial, discutimos, tomamos limoncello hecho por una colega argentina, paseamos, su hija Heian me cedió su habitación, nos convertimos en amigas. Nara y su familia me llevaron a cenar a un precioso restaurante, el San Angel Inn, construido sobre una hacienda colonial del siglo XVIII, frente al cual se encuentra todavía el estudio de Diego Rivera que también visitamos juntas. Allí una vendedora de pajaritos nos leyó la suerte a todos. Cuando mi libro Discursos desde la diáspora fue publicado en España en 2005, Nara escribió una hermosa reseña para la revista Letras Femeninas.

Ella siempre  me hablaba salpicando su conversación con frases en inglés o en francés, me contaba sus experiencias en Rusia cuando estudiaba el doctorado, me ofrecía la historia de su familia (descubrimos que las dos teníamos parientes que gustaban de comer gelatina de fresa como postre),  y cuando compartimos habitación en el hotel de Montreal donde se celebraba la conferencia de LASA en 2007, me escribió una dedicatoria en un ejemplar de su libro de ensayos La huella y el tiempo con una inscripción que es ella misma: “Para mi hermanita Eliana, liana que nos une para siempre, à Montreal, le 6 septembre, 2007”. El libro está dedicado a su querida hija Heian y contiene exergos de Sigmund Freud y de César Vallejo. Como se diría en mexicano, “Puro Nara”.

Aprendí de ella, compartimos confidencias, visitamos restaurantes cubanos en Miami, nos escribimos muchos correos electrónicos que aún guardo, y tuve el honor de que me confiara la lectura de su manuscrito último, Navío en puerto, sobre el cual me pidió opiniones y sugerencias. De este manuscrito ya publicado en 2011 por Letras Cubanas, y con la autorización y confirmación de su hija, que supervisa la edición, les quiero compartir unos cortos fragmentos que quizás les permitan vislumbrar a la mujer y la autora que era Nara Aráujo.

A través de una escritura hermosa e inteligente, llena de alusiones y de guiños al lector, una escritura que se reluce en lo posmoderno para  reafirmarse en vivencias autobiográficas mediatizadas por el lenguaje de la historia, Nara la escritora nos cuenta en presente anécdotas del pasado colonial cubano y resalta figuras contrastantes: una princesa española, la Infanta Doña Eulalia de Borbón, y el apóstol de la independencia de Cuba, José Martí.

A medida que transcurre el narrar en el tiempo, se torna compleja la narración y aparecen otras voces, la de una mujer en la inmigración cubana del siglo XIX,  que  evoca los amores de Martí en el destierro, y la de una escritora americana en primera persona que se dirige a sus interlocutora Eulalia de Borbón como “Darling”, y que reconocemos como Gertrude Stein por las alusiones a Alice (B. Toklas). Ella le da consejos a la Infanta de cómo escribir memorias. Quizás, con una perspectiva más personal, pudiéramos soñar que la voz que dice “Darling”  y que aconseja cómo llevar a cabo una escritura personal, despersonalizándola por medio de la técnica literaria y convirtiéndola en novela, es la de Nara, que nos guiña un ojo desde la inmortalidad y que nos observa en el momento histórico que vivimos mientras leemos su historia.  Es esa la voz que después describirá la autobiografía como “una fictional non fiction”, en solapada alusión al propio texto que el lector tiene en sus manos.

Navío en puerto (fragmento)

Nara Araújo

Esta noche  hay fiesta en honor de  Su Alteza Real la Infanta Eulalia de Borbón, en la casa ocupada por los condes de Fernandina. Viene  a La Habana para calmar los ánimos  y trasmitir la promesa de la  Regente de atender  demandas de los descontentos. La situación  es tensa: algunos anhelan obtener  los derechos de una provincia española; otros no cejan en sus empeños de organizar la guerra.  En Madrid, Calixto García le ha hablado de Martí y le ha hecho saber   las causas; las ha entendido porque les sobra razón a los criollos. Deben de estar hasta el gorro  de que les envíen gente de segunda categoría y no escuchen sus necesidades. ¡Qué brutos, Dios mío, en vez de cambiar la cosa para que  siga igual, y buscar alguna forma de complacerlos para no perderlos del todo! Pero es demasiado tarde.  Eulalia sabe que el Poeta  ha logrado unir  a isleños en el extranjero y a combatientes de la contienda pasada y que  hace dos años llegaba a Tampa esperanzado.

En el Liceo, decorado con retratos y banderas, una multitud lo esperaba  y al verlo, los aplausos preceden al himno que levanta a todos de sus asientos. Ese hombre   les habla  sobre una república; y qué sorpresa esa comparación con las palmas, las palmas como novias que esperan y entonces la justicia debe ser del tamaño de las palmas. Ninguna novia lo espera pues para su pesar  su esposa ha regresado a la Isla con su hijo. Quizás por eso ha recurrido a esa imagen de la palma como patria y  novia. Una mujer  se sube a una silla para agitar  su sombrero. Cuánto se lamenta, no haber podido estar en la tabaquería cuando habló allí en la mañana. Trata de  verlo  en  la fonda donde se hospeda, pero está  rodeado  por sus simpatizantes. Al día siguiente de nuevo  se estremece cuando lo escucha referirse a la muerte. ¿Quién es este hombrecillo que inflama con esos puñados de rosas,  sin gesticular apenas? Es  magro, frágil y vulnerable,  de estrecho torso,   mentón  escondido y  cabeza desproporcionada para su tronco; ha perdido  el cabello  y aun cuando su bigote esconde la boca se atisba el mal estado de sus piezas. Dicen que su salud es débil; pero al escucharlo,  me enardece. Tengo que conocer  al que trae una estrella;  tocar al menos a este santo. No logra acercarse  pero  prefiere verle de lejos, observar sus gestos,  su manera de cargar  niños y de estrechar  manos, vestido siempre de negro, con modestia, y un lazo  de seda oscura por corbata. Antes de marchar a la estación lo observa feliz  cuando la pequeña le entrega una pluma y un tintero, pero lo asedian con veneración,  le impiden hablar con él; son cosas de hombres. Se incorpora al desfile que lo acompaña hasta el ferrocarril, pero la gente no la deja verlo, lo aplauden y compiten con la música y  algarabía  de los niños, las mujeres  y los bomberos uniformados.  ¿Cuándo volverá,   Dios mío? Un mes después se entera que regresa enfermo para seguir  a Cayo Hueso. Viene muy débil y esa noche en el hotel  ha logrado entrar en la cocina y prepararle una tisana. Tratará de subirse al Olivette y de ser necesario se esconderá en el vaporcito. Debe seguirlo. Decide cortarse el cabello, viste el traje del difunto,  es delgada y de senos breves, así que no se hace notar y desciende con la comitiva; nadie la advierte, ocupados en recibirlo. Entre banderas y música, una muchedumbre lo acoge en el  muelle cantando que morir por la patria es vivir. Acompaña al Poeta, enfundado en un abrigo de astrakán raído, la cabeza descubierta,  hasta  el Duval. Esa noche en el banquete lo ve haciendo esfuerzos para sostenerse, es evidente que se encuentra indispuesto. Ella se ha ofrecido para ayudar  y así logra subir a la habitación del enfermo a quien le han indicado  reposo de voz, por una afección de  bronquios y  laringe. No sabe cómo pudo  contenerse pero finalmente pudo verlo  de cerca.  Pensativo, se muerde  el bigote y   bebe  vino de coca. Tiene sobre el escritorio una hoja con  una estrella de cinco puntas dentro de un triángulo, junto a las palabras sabiduría, fuerza y belleza.  Se atreve a preguntarle ¿Por qué no se alimenta, Maestro? No solo de pan vive el hombre. Ella insiste ¿Quiere un cigarro? No fumo, gracias. Se atreve más ¿En qué piensa, Maestro? He ido  al extremo del Cayo para mirar al sur creyendo ver la luz.  ¿Y usted? Esquiva la pregunta y se mantiene atenta a su servicio, pero el último día del año sabe que  pronto deberá reincorporarse a sus tareas. Esa noche, después de la  visita de un colaborador,  le trae una tisana, y le pregunta si esperará solo el nuevo año.  ¿Y usted? ¿No le espera su novia? Piensa continuar la farsa pero no puede ocultarse más, no puede mentir a este hombre, le pide perdón por haberle engañado porque  tenía que estar cerca,  me ha conquistado con su palabra: las palmeras como novias ¿Pero quién eres? ¿De dónde has venido, mujer?  Soy María y quiero rendirle  homenaje. Se le acerca para tocarlo apenas, le besa el anillo, recuerdo de las canteras, se arrodilla y  levanta el pantalón para acariciar la marca del grillete, donde no le crecen vellos.  No opone resistencia mientras le dice:   Le hablo de corazón a corazón, y en mis palabras percibo el eco de mis versos. Le estoy agradecido por seguirme, por quererme un poco, no he de quejarme  de mis sinsabores porque la queja es la prostitución del alma y es filósofo quien no se queja. Con ansiedad, ella le toma las manos y le pide: Déjeme rendirle tributo.  Se resiste. No he sido siempre más que una angustia  de mí mismo, un montón de huesos inseguros. Me recuerda usted a otra María… déjeme besarle  en la frente; con usted  se me ha entrado  en el alma una banda de palomas. La joven seguirá  a quien  ha recuperado  la energía,  a pesar de esas noches de sudor y fiebre, y de ese dolor en la entrepierna. Pero la pasión lo inflama, y María  acaricia e  impulsa a José, y un renovado brío se  escucha en el San Carlos, en el banquete del hotel Victoria,  en las manufacturas; lo aclaman  como héroe  y  un cañón tira salvas a la entrada del  Soria adornado con  pencas. Recibe a los simpatizantes   y  se perfilan las bases de un nuevo partido. El día de Reyes lo ve en el teatro más espléndido que nunca.  Ya sabe que debe regresar a Nueva York, se lo ha dicho  entre murmullos y ternuras: Iré tras de ti, no te abandono. El rostro del hombre se ensombrece cuando  declara: Estoy dispuesto a asumir el destino de Hiram: la muerte de este arquitecto, a manos de  aprendices que con él laboraban en la edificación del templo de Salomón, es una enseñanza. Murió de manera obstinada, sin entregar a sus atacantes el secreto que le exigían, y que sólo debería ser conocido una vez que estuviera concluido el templo. Murió fiel, murió en silencio. La tragedia de Hiram, que es la del constructor, simboliza la peregrinación  del hombre que enfrenta tentaciones e infortunios hasta sucumbir,   para despertar luego a  la inmortalidad. Tomo como una superstición los últimos momentos y me irrito cuando  expreso menos de lo que quisiera, pero créame que  lo digo con profunda congoja. Lo nuestro será polvo quizás, pero polvo enamorado.

Cuando Eulalia acepta con reservas la encomienda  de ir a calmar los ánimos,  sabe que  el Poeta está de nuevo en la Florida, aunando voluntades.   Cuando arriba  el barco  Reina María Cristina al puerto, le han advertido que no puede bajar con ese traje que reúne los colores de la bandera insurrecta. Hostias. Será un escándalo.  La Infanta es  rebelde y más tarde se separará del esposo y de la corte para siempre. Bohemia y  andariega son  calificativos que se gana por sus travesías; y publicar sus ideas sobre la emancipación de la mujer le  cerrará  las fronteras de España, y provocará la enemistad  de su sobrino Alfonsito.  En París frecuentará el salón  Rue de Fleurus presidido por el  retrato de Gertrude Stein. Una tarde la escritora la recibe con Alice que ha preparado  pudín de nueces y avellanas; lo acompañan con té de bergamota servido en  Sèvres sobre un tapete  con bordados de rosas. Conversan junto a la estufa sobre la  adquisición  en el taller del malagueño; la pieza es magnífica y la han obtenido por buen precio. La Infanta les revela: Cada vez soy más feliz de vivir fuera de mi país, el ambiente de la corte  es asfixiante. He visto caer muchas coronas y  nada me sorprende, así que  me rondan  mis memorias. Ya le he preguntado a Anatole porque ando en  busca de consejos.  Darling, le dice  la anfitriona,  la  observación y la construcción son las bases de la imaginación, siempre y cuando se tenga imaginación. Pero no inventaré nada,  para eso he anotado mis impresiones, y para mi viaje a Cuba y a los Estados Unidos cuento también con las cartas a mi madre, y saca de un bolso un puñado de hojas. Darling, no hay que ser inocente, no todo ha de contarse, por decoro;  vuestra memoria servirá de tamiz y se confundirá lo vivido con lo imaginado. Tendrá que darle un orden a sus recuerdos y construir una intriga, y al final, vida y  viajes podrán ser leídos como  novela. El relato de la memoria da pie para casi todo, interrumpe Alice, pues el santo combina en sus confesiones su historia personal con  el discurrir  sobre  los sentidos y el tiempo, y el ginebrino, en las suyas, incorpora el intercambio epistolar, y mientras narra sus experiencias como autor, traza un panorama de las tensiones entre los escritores de entonces. En su biografía literaria, un escritor mezcló  experiencias de su vida intelectual, con ideas sobre religión, filosofía y poesía, así como con fragmentos de crítica  y de narrativa, resultando su obra un compendio  de la literatura inglesa de la época. Creo que Lovey coincidirá conmigo en esto.  Yo estoy pensando en una autobiografía de Alice, retoma la palabra Gertrude, en la cual incluiré fragmentos de nuestro itinerario antes  y después de conocernos, parecerá que hablo de ella, y lo haré, pero en realidad hablaré de mí y todo eso producirá un juego delicioso, una fictional non fiction. Seré muy factual, imitando incluso un estilo poco literario,  pero el relato irá hacia atrás y hacia delante, de manera que la lectura obligue a atar cabos, aunque será mi obra menos experimental, y quizás, por lo oblicuo y la referencia al ámbito privado,  la que más se aprecie.  ¿Y qué la anima a usted, Your Highness?  Eulalia coloca la taza de té sobre la mesa, y se arrellana en el sofá mirando  hacia el retrato de su anfitriona.   A partir de un momento sentí la necesidad de ser escritora, pero mi intento con Au fil de la vie me trajo sinsabores, a pesar del  pseudónimo y mi aclaración de que no pretendía obra literaria, erudita, ni tampoco imponer mis puntos de vista. Pero fui mal comprendida y castigada con dureza. Espero que mis memorias llenen el espacio de mi soledad y tengan mejor fortuna. Muerta mi madre, lejos mis hijos, he de vivir para contar, y confío en que mis letras trasciendan a mi cuerpo en el pudridero, porque al final, sé que los agustinos harán responso por mi alma en San Lorenzo.   Quizás el error de ese libro, Darling, le señala  la escritora, fue el tono didáctico, y sus  ideas son correctas, pero para los hombres,  inaceptables. Por otra parte, Alteza, interviene Alice (exhibiendo sus uñas cuidadas cuando corta el pastel),   alguien tiene que permanecer en la casa, ocuparse de la cocina, de la administración. Sólo  hay que saber remunerar lo que es también un trabajo, pero el que asume los gastos  de la familia debe tener un refugio, una retaguardia, alguien que lo espere: la sopa caliente, la sábana blanca, las cuentas claras y si es escritor, los manuscritos corregidos y pasados en limpio.  ¿Qué hubiera sido del conde  sin su mujer? ¿Verdad, Lovey? A la española no le perturba tanto su declaración (porque chacun son gôut), como su pronunciado bozo y  su  fealdad. La escritora tampoco es bella; es hombruna y algo tosca pero se le perdona porque es genial.  Sobre vuestras memorias, Your Highness, retoma Stein, tendrán mejor fortuna porque vuestra vida es novelesca, los recuerdos de una Infanta siempre serán bienvenidos, la petite histoire derrière la grande Histoire, porque es una vida singular. Pero, insisto,  todo depende de cómo  lo cuente. Y mientras las palabras más se ajusten a la emoción, más hermosas serán.  Picasso es superior a Matisse, ¿no creen?

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