La ‘Ilíada’ a escena: conversación con Guillem Clua

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Yoandy Cabrera

Guillem Clua

Entre las diversas propuestas de reescritura y representación de la Guerra de Troya en los últimos años, está la versión para el Proyecto Homero de la Ilíada realizada por el dramaturgo español Guillem Clua y presentada por primera vez junto con la versión de la Odisea de Alberto Conejero el 9 de abril de 2016 en el Teatro Conde Duque de Madrid bajo la dirección de José Luis Arellano por La Joven Compañía. Tuve la oportunidad de hablar personalmente con el autor en Madrid, el pasado 26 de julio de 2018. De nuestra conversación sobre su experiencia al llevar a escena el poema homérico, surgió la idea de esta entrevista.

Yoandy Cabrera: En el comienzo de tu versión de la Ilíada opones, en boca de Aquiles, los conceptos de “verdad” y “mito”. Aquiles, desde Homero, es un personaje que tiende a hablar de forma directa y que llega a decir a Odiseo que detesta la gente que piensa una cosa y dice otra. Sin embargo, al oponer mito y verdad, parece haber una pequeña contradicción, pues Aquiles mismo denuncia la muerte de esa verdad en medio de la versión de un mito. ¿Cómo te planteas esa relación entre mito y verdad como parte de tu creación y como parte específica de esta obra?

Guillem Clua: Precisamente esa característica de Aquiles de hablar de forma directa y decir la verdad (“su verdad”, de hecho) queda reforzada en ese monólogo inicial. Aquiles establece el nivel narrativo que dominará todo el texto: hablarle directamente al espectador para contarle de tú a tú lo que ocurrió. En este sentido Aquiles es fiel a lo que posteriormente le reprocha a Odiseo: él va a decir siempre lo que piensa, va a poner en duda la historia oficial, el mito que siempre oculta o embellece los hechos verdaderos. En esa actitud también está presente la arrogancia de Aquiles. Al presentarse como la verdadera voz de lo que ocurrió en la Guerra de Troya, al defender su versión de la historia, cae en la misma trampa que los demás: dar su verdad como la única válida, cuando sabemos que no es así.

YC: En la obra también opones los conceptos de “gloria” y “honor”, y a ello se refiere Aquiles, ¿qué diferencias ves entre ellos?

GC: El personaje de Aquiles arrastra el dilema trágico de tener que elegir entre una vida larga y feliz sin gloria alguna o, al contrario, una vida breve marcada por una muerte gloriosa que le convertiría en inmortal. En mi versión no se profundiza en esa dualidad que define al personaje, ya que sus ramificaciones son muy extensas, aunque se pueden adivinar en algunos diálogos con Ulises y Patroclo. Aquiles elige la gloria, pero algo se interpone en su camino: su honor y el de los suyos está mancillado. De ahí su famosa ira. No hay gloria sin honor (entendiendo el honor como una característica individual conformada en relación a los suyos –los Mirmidones– y a su destino (y en esta versión también en relación al amado, en este caso Patroclo).

YC: ¿Por qué la decisión de no utilizar a los dioses como personajes directos en tu adaptación teatral del poema homérico?

GC: La decisión fue meditada y consciente. Surgió de la necesidad de bajar el relato homérico al suelo, a la realidad humana, al fango real de la guerra. Partiendo del lamento inicial de Aquiles que rechaza el mito como vehículo de transmisión de la historia, decidí contar la Ilíada desde lo humano y no desde lo divino. Todas las acciones de los personajes están dominadas por instintos básicos que definen nuestra naturaleza: el amor, el odio, los celos, la venganza, el dolor… En ese contexto, la intervención de dioses y diosas quitaba valor a las decisiones que tomaban los personajes y simplificaba su profundidad psicológica.

YC: A veces los personajes hablan de ellos mismos en tercera persona, el carácter narrativo de la obra es un elemento fundamental y el diálogo directo con el público es frecuente, incluso no solo son narrados antecedentes o acciones que suceden fuera de la escena, sino que hasta las acciones representadas se narran en fusión con los movimientos, como es el caso del enfrentamiento entre Héctor y Aquiles. Esta función, que era propia del mensajero en el teatro griego, es cada vez más expansiva en ciertas obras actuales. ¿A qué crees que responda esta estrategia discursiva en general y por qué, particularmente, la utilizas con tanta frecuencia y de forma tan expandida en tu versión de la Ilíada? ¿Responde todo ello a un modo personal de entender el teatro?

GC: Por un lado, quería potenciar la idea de “coro”, indisociable del teatro clásico. Era una herramienta muy poderosa a la hora de circunscribir la acción y reflexionar sobre ella, además de permitirme momentos de teikoscopia. Ese formato también permite una mayor implicación del público, no solo porque son interpelados directamente por los actores, sino también porque les obliga a realizar un ejercicio de imaginación, a aportar lo que no se ve en escena. En tercer lugar, sí, mi modo de entender el teatro tiene mucho que ver con esa técnica narrativa. La he utilizado en muchas de mis obras. Ya en mi primer texto, Invisibles, de 2002, la primera escena tenía a todos los actores hablando al público.

YC: ¿Por qué la decisión de presentar a Aquiles y Patroclo como pareja amorosa, algo que no aparece en Homero?

GC: Una de las tesis que articulan esta versión de la Ilíada es la contraposición entre amor y odio. En este sentido quería explorar cómo la contienda afecta la vida personal de tres parejas: Héctor y Andrómaca, Paris y Helena y, en el bando aqueo, Aquiles y Patroclo. Soy consciente de que esa noción de pareja homosexual no aparece en el canto homérico y que el propio concepto de pareja moderna es ajeno a esa realidad, pero quería normalizar su presencia en una puesta en escena contemporánea. Hay que tener en cuenta que la adaptación se hizo para La Joven Compañía. La mayor parte del público era escolar e hice hincapié en utilizar referentes contemporáneos que fueran fáciles de entender para ellos (el registro hablado, por ejemplo, y también los referentes utilizados). Además, dada la ausencia de dioses y diosas, era necesario potenciar el poder de los sentimientos humanos de los personajes. Si no existía un vínculo amoroso poderoso entre Aquiles y Patroclo resultaba difícil explicar la ruptura de su código de honor cuano decide volver a la batalla y enfrentarse a Héctor.

YC: ¿Por qué un final tan pesimista? ¿O no lo es? ¿Ves la historia de la Humanidad desde esa perspectiva, es decir, como la repetición de una misma guerra a lo largo de la historia del mundo? ¿Qué papel juega, entonces, en ese final, la interacción directa de los actores con el público, anunciando un futuro o un destino que, como da a entender Andrómaca ante Héctor, depende de nuestras propias decisiones?

GC: Quizás sí es un final pesimista. Casandra tiene la oportunidad de ver el futuro de todos ellos y de toda la humanidad, comparte esa visión con ellos y con el público y todos sabemos que tendrá razón. En los milenios que seguirán a la Guerra de Troya acontecerán otras guerras aún más terribles que esa. Y eso nos acabará destruyendo. “Hasta que la oscuridad lo cubra todo” es la última línea de diálogo de la obra. Ese es nuestro destino, lo queramos o no. Lo único que no sabemos aún es si será una muerte gloriosa o anodina. En cuanto a Andrómaca, sí, ella cree que está en su poder cambiar el destino, pero no lo consigue. Quizás no estamos en manos de dioses, pero sí del único destino que podemos dar por seguro: que todos vamos a desaparecer.

YC: Esta es, hasta ahora, tu única obra de tema mítico, ¿hay algún proyecto futuro en que trabajes algún mito grecolatino?

GC: Ahora mismo estoy centrado en la escritura de textos contemporáneos. No hay otra adaptación de clásicos a corto plazo.

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